6 ene 2009

UN INMIGRANTE RUSO EN PUJATO





La historia de las comunidades inmigrantes no tradicionales en nuestra zona -es decir, aquellas que no provienen de las distintas regiones y puntos geográficos pertenecientes a Italia, España y Francia, principalmente- ha empezado a ser estudiada en los últimos años, destacándose el relevamiento de los grupos provenientes de los Balcanes o de ciertos espacios de la Europa central y oriental, además de los contingentes arribados desde algunos lugares de Asia, en especial del Oriente Próximo -árabes, turcos, sirio libaneses, entre otros-. Estas historias nos indican otros recorridos, otras experiencias, otras formas del hacer comunitario, diversas a aquellas que han dado su fisonomía más característica a los distintos pueblos de la región pampeana.
Lo que sigue es un relato de la presencia en Pujato, localidad del departamento San Lorenzo, ubicada a quince kilómetros de Casilda, de un inmigrante ruso llegado a la Argentina en los años veinte. Sawa Fiedoruk, tal es su nombre, nace en Lipovo, localidad ubicada a cincuenta kilómetros de la frontera con Polonia (perteneciente actualmente a Bielorrusia), el 16 de septiembre de 1907, siendo hijo de Daniel Fiedoruk y Tekla Andreuk.
En 1928 decide emigrar y lo hace portando un pasaporte polaco, expedido el 21 de enero de 1928 y visado el 22 de febrero en Varsovia. El viaje se inicia luego de fingir su nacimiento en el año 1906 para poder contar con la edad necesaria para emprender la marcha. De esta forma, este joven de veinte años (que en realidad figura con veintiuno), soltero, agricultor y ortodoxo, se dirige a Marsella, conoce el África –lugar donde casi queda varado junto a un grupo de inmigrantes con el que ha emprendido el itinerario, debido a que el barco que los lleva se retira del puerto y deben rentar una pequeña embarcación para alcanzarlo- y recala finalmente en la Argentina.
Llega a Buenos Aires el 19 de marzo de 1928 -el Prontuario alojado en el Archivo de la Jefatura de Policía de Casilda dice 24 de marzo- en el buque Mendoza. Una vez en el país, se dirige a Santa Fe, donde trabaja inicialmente en los enclaves forestales del norte, en la región boscosa del chaco santafesino, trasladándose posteriormente hacia el sur de la provincia, ante la imposibilidad de acostumbrarse a los niveles de explotación que sufren los que allí trabajan y a las condiciones naturales de la región. Una vez en el sur, pasa a ocuparse en el Swift, en los campos de Pablo Herman en la jurisdicción de Pujato y como arrendatario de tierras en la misma zona.
Hacia la década del cuarenta ya lo encontramos instalado en la zona urbana de Pujato, donde se casa con Haydée Tomino y tiene tres hijos, Beatriz, Alicia y Roberto. La narración de uno de sus nietos nos permite reconstruir la imagen de su casa en Pujato, de sus múltiples actividades, de la huerta que le ofrece los comestibles indispensables para su vida diaria y se convierte en una estrategia indispensable de esparcimiento, del taller de herrería que instala -en sociedad con un vecino polaco- y del que salieron acoplados y sulkys de muy buena factura.
De a poco Sawa, este hombre de un metro sesenta y cinco de altura, cuerpo mediano y alfabetizado -aspecto muy importante cuando se trata de un agricultor proveniente de las más pobres regiones de la Europa oriental- se transforma en el reparador de los objetos técnicos y los utensilios de todo el barrio, de tanta maña que se daba para esas cosas. De a poco comienza a mostrarle a su nieto su particular percepción de la vida y de la muerte, sus recuerdos de la Rusia dejada atrás y de su inverosímil travesía de inmigrante, su visión singular de la realidad del país y su manera sencilla de transitar los días en Pujato. Detrás del carácter frío y de la palabra medida se perfila su modo de querer a los suyos y el lugar que lo ha adoptado.
En sus últimos años, la pérdida de la visión y la subsiguiente incapacidad para seguir trabajando -al menos siguiendo el ritmo de sus años mozos- lo fueron decayendo al nono Sawa, que fallece en Pérez el 7 de octubre de 1995 a la edad de ochenta y ocho años. Precisamente en el valor del trabajo, en el querer la Argentina que lo cobija y el lugar donde asienta sus días, encontramos los puntales para empezar a recuperar estas historias anónimas, que forman nuestras más hondas tradiciones desde abajo. Sawa Fiedoruk no aparece en los libros tradicionales de historia, ni en documentos de la historia “grande” -apenas en un prontuario policial por sacar cédula de identidad y en el certificado de arribo a América de la Dirección de Migraciones- pero en su vida que recién comienza a ser escrita se nos hace patente todo lo que la sencillez, la humildad y el esfuerzo de un inmigrante hace para que las historias que nosotros recordamos sean, a pesar de los expedientes y de los amarillentos papeles de las lecturas convencionales, algo más pleno y más vivo.

Por Federico Antoniasi / Casilda (Santa Fe)
E-mail: museo@casilda.gov.ar