25 ene 2009

UN INMIGRANTE MUY PEQUEÑO

UN INMIGRANTE MUY PEQUEÑO

Yo me llamo Francisco Bacelli, vivo en Berabevú y todos me conocen por Quiquino, tengo 59 años de edad y soy de los últimos inmigrantes que llegamos a este pueblo procedente de Europa.
Lo que les voy a contar, es por lo que me contaron, porque yo tenía sólo 5 meses cuando nos embarcamos: mis padres y yo.
Mi padre, Quinto Bacelli, pertenecía a una familia formada por siete hermanos varones. Vivían en Sierra San Quirico, provincia de Ancona, todos trabajaban en el campo, él se especializaba en el cultivo de la vid. Cuando llega la guerra lo reclutaron y posteriormente lo mandaron a Albania, donde luego pasó a ser prisionero de los alemanes durante dos años, soportando toda clase de miserias humanas que puedan imaginarse, hasta que llega la amnistía y pudo regresar a su casa. Este hecho lo marca, y comienza a pensar en salir de Europa por temor a otros conflictos.
Mi madre: Dina Rongo, vivía en un pueblo vecino: Duomo. Pertenecía a una familia conocida por ellos, eran cinco hermanos, también trabajaban en el campo y en la guerra perdieron dos de esos hermanos.
Mi papá se puso de novio con mi mamá y le manifestó su deseo muy fuerte de venirse a la Argentina, donde ya estaba su hermano Setimio Bacelli, que había sido reclutado y quedó como soldado de reserva por ser el séptimo hijo varón a cargo de sus padres (su padrino era Mussolini, presidente de esa época).
Él ya hacía dos años que había llegado a Berabevú y trabajaba en la estancia Las Mulitas con otros familiares.
Mi mamá se oponía firmemente, no quería venir porque su familia ya había sido muy diezmada por la guerra; como última estrategia para convencerlo, se casaron y quedó embarazada (de mí).
Mi papá no retrocedió en su decisión y le manifestó que si no lo acompañaba, se venía solo. Mi mamá entre llantos (ya eran los últimos meses de embarazo) decide seguirlo, pero contra su voluntad.
En noviembre de 1949 nací yo y empieza la tramitación definitiva del viaje. Había que conseguir el dinero y la documentación, a todo esto se ve que la angustia de mi mamá, me era trasmitida y lloraba permanentemente. A pesar de todo el drama, se hace el viaje, las despedidas en el puerto fueron dramáticas, porque en esa época, con la miseria y el trastorno que ocasionaba el viaje se sabía que era sin regreso, además la incertidumbre de no saber adónde llegaban, sin conocer el idioma, sin especialidad, con apenas segundo grado y solo con deseos de trabajar y vivir en paz.
El viaje duró dos meses y medio en un barco carguero que paraba en todos los puertos. En el transcurso del mismo, una señora abordo se había hecho muy amiga de mi mamá, y quizás comprendiendo su gran pesar se ocupó de atenderme a mí y de conformarla a ella. Por fin dejé de llorar, a mi mamá le bajó otra vez la leche y me pudo alimentar, acompañado por el vaivén del barco comencé a dormir y a normalizarme.
Al fin llegamos a Buenos Aires y en el puerto lo esperaba un primo de mi papá para acompañarnos hasta Rosario, donde nos quedamos dos días para luego tomar el tren que nos trajo a Berabevú, nuestro destino definitivo.
Entre las anécdotas que más me contaron fue la llegada del tren a la estación donde todos los parientes nos esperaban, para recibir noticias de los familiares que quedaban en Italia y para brindarnos su mejor acogida.
Nos dirigimos a una casa que nos facilitó mi tío y allí estuvimos un año mientras mis padres hacían trabajos de campo (juntar maíz) para reunir dinero e iniciar una fábrica de tejidos de lana (pullóveres, camperas). Mi mamá tenía experiencia en esa actividad y mi papá cuando pudo comprar la máquina hizo su capacitación en Rosario. Fue una de las primeras fábricas de la zona, tejían los dos y contrataban costureras para armar las piezas.
Con el trabajo, mi mamá se fue habituando, hizo amistades con su clientela de la zona, pero nunca perdieron contacto con ambas familias de Italia, mantenían correspondencia bimestralmente.
Cuatro años más tarde nació mi hermana Ana Maria y yo empecé a ir a la escuela primaria, con las dificultades propias del idioma (en mi casa se hablaba en el dialecto marquegiano) que me traía problemas con la escritura y el armado de las frases, pero conté con el apoyo de algunas maestras que por la tarde me llevaban a su casa y me ayudaban a superar los problemas. Así terminé mis estudios primarios y secundarios aquí en Berabevú, para después continuar agronomía en la ciudad de Córdoba, donde pude recibirme de Ingeniero Agrónomo.
Cuando la fábrica de tejidos comenzó a ser superada por la industrialización en serie, mi papá se dedicó a la fabricación de parideras para cerdos, aguadas, palos de cemento para alambrados, parrilleros con cemento moldeado.
Económicamente las cosas le iban bien y decide a los treinta años de su llegada a la Argentina, hacer un viaje a Europa para reencontrarse con sus familiares y amigos. Mi mamá volvió a repetir la escena de la partida y se negaba a hacer el viaje hasta que mi papá la convenció y partieron.
Ese viaje fue muy importante porque pudieron hacer un balance de sus vidas y comprender que su vida estaba aquí, y que estaban más que agradecidos de lo que aquí habían encontrado. Mi mamá manifestó que no iba a volver más a Italia, porque ya sus padres no estaban y sus hermanos ya habían hecho su vida, en cambio mi papá se encontró con todos sus hermanos, sus amistades y a los ocho años repitió su viaje y se dio cuenta que su vida estaba repartida por los afectos entre Italia y la Argentina.
Mi tío Setimio, también pudo viajar a Italia, es el único hermano que ahora vive, y también decidió terminar su vida aquí. Yo pude viajar cuatro veces y comprobar todas las cosas que había escuchado tantas veces de mis padres.
Yo conocía a todos los familiares por miles de fotos que estaban aquí y allá. La sorpresa que tuve en mi primer viaje, que hice solo, fue por el gran recibimiento que me hicieron, como si hubiéramos estado siempre en contacto, allí comprendí que era realmente un más de la familia y que los lazos de la sangre permanecen intactos.
El segundo viaje lo hice con mi esposa y el regalo más grande que recibí fue la fiesta de casamiento (que ya había sido aquí) donde nos encontramos toda la familia, diseminada por toda Italia y viví momentos inolvidables.
El balance que puedo hacer es que a pesar de los lazos de sangre, de las atenciones y el afecto que recibo, de las bellezas de Italia, mi vida está en Berabevú, en este país en el cual no nací, pero donde se desarrollo toda mi vida y he encontrado profundos lazos afectivos y buenas amistades.
Olvidé en el final de esta historia, que mi papá falleció y como era su deseo está sepultado aquí; mi mamá vive, pero a causa de la diabetes hace años que viene superando distintos problemas que empezaron con ceguera y ahora la tiene permanentemente postrada y con pérdida de conocimiento; siempre se caracterizó por su gran fe a la Virgen, aunque no veía, siempre conseguía a alguien que la acompañara a la Misa Dominical y su flor diaria para la Virgen del Lujan de la estación del ferrocarril no faltó mientras pudo caminar.
Se ve que el dolor la transformó en una mujer muy conformista que aceptó la vida como se fue presentando, y en esa vida se le presentó un hecho muy llamativo: el buque que los trajo a la Argentina se llamaba San Jorge, Ana María nace un 23 de Abril, día que la Iglesia conmemora la festividad de San Jorge, que para mayor coincidencia, San Jorge es el Santo Patrono de Berabevú…

Por Francisco Bacelli / Berabevú (Santa Fe)