25 ene 2009

HISTORIAS DE PALESTINOS QUE SE RADICARON EN ESTA ZONA

Yo no soy inmigrante, mis padres y mi nueva familia (la de mi esposo), sí lo eran. Entonces voy a tratar de contarles algo de lo que siempre escuché y son historias entrecruzadas.
Los protagonistas son integrantes de las familias: Hadad, Antonio, Abraham, y Farjat, quienes provenían de Palestina, zona ubicada al este del mar Mediterráneo y en permanente conflicto por la posesión de Jerusalén.
Allá la vida era muy difícil y riesgosa, generalmente eran peones de campo, en los cuales se cultivaba: aceitunas, uvas, higos, trigo, lenteja, y se criaban animales de mediano porte. Eran pequeñas extensiones y la producción se utilizaba para el consumo y lo que a veces sobraba, se llevaba para la venta.
El trabajo arduo y la persecución, los llevo a pensar en la inmigración a América, donde ya se habían radicado otros paisanos.
El primero en llegar de los mencionados fue José Juan (mi suegro) en 1906, quien vino casado con Názara Diep. En realidad, en lugar de José Juan tendríamos que hablar de José Hadad, porque este cuando llega al puerto de Buenos Aires, y sin conocer el idioma, al preguntársele por el apellido paterno da el nombre de su padre y le queda registrado como apellido, hasta que sus hijos son mayores y solucionan el problema a través del consulado.
Se radicaron en la Colonia “La Pellegrina” dispuestos a trabajar el campo, porque era lo que él hacia allá con su suegro. Ahí tuvieron tres hijos: Sara, Juan y Jorge. Luego se trasladaron al campo de Galaretto por una mejor oferta. Allí nacieron sus otros hijos: Ramón, Pablo, Lucia, Pedro, Julián, Mario y Marta. Y se quedaron definitivamente. Compraron la propiedad y más tarde otras tierras lindantes pertenecientes a “La Rivieri”. Las instalaciones de ese campo eran muy buenas y las fueron ampliando para vivir siempre en familia.
Los hijos se fueron casando, primero se caso Sara con Farjat, después Lucia con Cecilio Zacnun, luego Pedro con Giacomina Pavarini, mas tarde Jorge con Rosa Antonio (yo), Ramón con Paulina Antonio (mi hermana), después Mario con Elena Tenaglia, Pablo con Sara Samut y por ultimo, Juan con Maria Suart.
Todos vivieron en la casa paterna hasta que decidieron independizarse, contratando los servicios de un agrimensor para que cada uno tuviese su fracción, y cinco de los diez hermanos se quedaron en el campo, construyéndose su propia vivienda.
Tengo buenos recuerdos de la vida familiar, donde había mucho respeto y entendimiento. Con la que más congeniaba era con Giacomina, con la que trabajábamos juntas y hasta llegamos a recolectar maíz, en contra de la voluntad de mi suegra, pero lo hacíamos sabiendo que los chicos siempre necesitaban algo y había que terminar de pagar el campo.
Voy a seguir, contándoles la llegada de Maria Abraham (mi madre) en 1910. Ella llegó sola en un buque de carga, con la intención de encontrarse con sus hermanos, que habían venido en años anteriores escapando de la guerra y se habían radicado en San Gregorio. Al salir de Europa, cuando su padre la vio partir, del disgusto tuvo una descompensación que tres meses después le provocaría la muerte.
Cuando llega al puerto de Buenos Aires se encuentra con que nadie la esperaba, no-tenia dinero, ni conocía el idioma, pero había hecho “buenas migas” con una compañera de viaje, a la que sí esperaban y quien le ofreció que fuera con ella, hasta ver la forma de encontrarse con los hermanos. Durante el viaje, cuando hicieron escala en Brasil, uno de los viajeros decidió quedarse allí para emprender el regreso, porque no se hallaba fuera de su país, entonces ella preocupada por la suerte de su mamá que había quedado sola y con escasos recursos económicos entrega a este hombre que volvía a su patria, sus joyas, para que le sean entregadas a la madre, para ayudarla a palear la crisis. Este señor, nunca regresó a Palestina, quedándose en Brasil y por supuesto, las alhajas, con él.
Al final encontró a sus hermanos, se entero de la muerte de su padre, vivió un tiempo en San Gregorio, hasta que con otro familiar se vino para esta zona, donde había otros paisanos, también venidos de Palestina. Aquí conoció a José Antonio (mi padre. Su apellido allá era Zara, pero nunca lo modificó. Él trabajaba en el campo de José Hadad. Se casaron el 8 de junio de 1913 en la Iglesia de Gödeken, y por civil, aquí en Berabevú, siendo Juez de Paz en ese entonces, Baldelli.
Fueron a vivir en una casita prestada, cerca del boliche de Santo Ferrara. Allí nació Francisca, al poco tiempo se vinieron al pueblo, vivan en una parte de la casa de doña Teresa Marcoliesi de Brog, y al poco tiempo de empezar a trabajar en el ferrocarril, y en un día de lluvia se resbaló de la chata que transportaba a los empleados y perdió un brazo. Después le dieron un trabajo en el campo y el mismo patrón le aconseja se fueran a Rosario donde la vida les sería más fácil. Allí nació Elena, fallecieron dos muy pequeñitos, y luego nacieron Emilia, Antonia, Rosa (yo) y Paulina.
En esa ciudad estaban bien, si bien no era una vida holgada, podíamos ir a la escuela, pero decidieron ir a Colonia Progreso, donde estuvieron diez años haciendo trabajos de campo, de allí fueron a La Francia, entusiasmados porque le ofrecían un mejor pasar, pero era un campo grande, donde estaban como puesteros. Vivíamos en una casita precaria, lejos del pueblo, había que trasladarse en vagoneta. Se trabajaba muchísimo, había que ordeñar las vacas en la madrugada con las yararás siempre rondando, boyerear a los animales (no había alambrados), sembrábamos, pero no venia nada por la extrema sequía, solo un poco de mijo y, a veces, un poco de girasol. Abundaban zorros, perdices y ñandúes. Fue una vida muy sacrificada.
Estando en La Francia, llegaron un día de visita Don José Hadad con su hijo Jorge (eran conocidos de Palestina y amigos por haber trabajado con él en el campo) quienes iban a veranear a Mar Chiquita. Esa visita se repitió al año siguiente, concretándose el noviazgo entre Jorge y yo. En un año nos casamos, pero en ese tiempo, aunque no nos vimos, todos los martes recibía su carta, perfumada, escrita en papel ribeteado en dorado y con una flor. Fue un noviazgo hermoso y un matrimonio muy feliz. Tuvimos cuatro hijos y ahora aunque él no esta (Jorge falleció en 1990) la familia sigue muy unida. Algo que siempre recuerdo fue el pedido que me hizo Jorge cuando se sentía muy enfermo su voluntad fue que quemara todas las cartas que él me mandó y las que yo contesté durante nuestro noviazgo, porque hablaban de nuestra intimidad y no eran para que quedaran dando vueltas cuando nosotros ya no estuviéramos. A mí me dio mucha pena hacerlo, pero comprendí que tenía razón.
Les continuo contando de mi familia actualmente: mi hijo Jorge, casado y con hijos, seguimos viviendo en Berabevú, José, en Rosario, también casado con hijos y nietos, Nélida vive en Cañada del Ucle, también con hijos y nietos y Norma, de igual forma en Corral de Bustos. Para Navidad si Dios quiere nos reuniremos aquí, como es tradicional, todos: hijos, nietos y bisnietos.
Mi pedido a Dios se ha cumplido: “Que ellos no pasen todas las peripecias que pasé yo en mi niñez y juventud”.
Por último voy a contar la historia de Ramón Farjat, que también en cierta forma estuvo relacionada con nuestra familia. Por pura coincidencia viajaron en el mismo buque de carga con mi mamá ese viaje realmente fue una odisea, él era apenas un chico de once años que escapaba del temor a la guerra y de los malos tratos que recibía en la escuela, motivos que justificaban viajar de esa manera: hacinados por días y días exponiéndose a los peligros de cualquier enfermedad con animales, piojos y pulgas. Por fin llegaron, después de parar por todos los puertos, hasta su arribo a Buenos Aires, pero cuando llegan allí cada uno tomo su rumbo, él se vino para Rosario y después estando ya en Rosario, mi papá le ofreció una pieza, hasta que encontrara algo para alquilar, allí trabajaba como pescador, un día mi suegra que era medio tía (medio hermana del padre) lo invito a venir al campo, a Berabevú, aquí conoció a mi cuñada Sara y al poco tiempo se casan y vuelven a Rosario con ella, pero como no se acostumbraba los hermanos mayores los fueron a buscar y les dieron una casita para que viviera en el campo, se rebuscaban haciendo la quinta, criando gallinas y juntando maíz, después como las chicas eran grandes, lo ayudaron los hermanos a comprar una casita en el pueblo y todos empezaron a trabajar hasta que se casaron, hoy están todos bien.
Bueno voy a terminar esta historia entrelazada que podría ser más larga, porque muchos fueron los que llegaron de esa Palestina siempre escenarios de violentas luchas desarrolladas en lo que hoy se llama Cercano Oriente (Asia).
Pienso siempre en la vida sacrificada de esa pobre gente que se vio obligada a dejar su familia y su tierra natal por todo lo que allí padecían, pienso en mi pobre madre, porque toda su vida fue un calvario, Dios la recompense por todo lo que en esta vida padeció.

Por Rosa Antonio de Hadad / Berabevú (Santa Fe)