25 ene 2009

POSTALES

Mi madre vino de España a los dos años. Todo lo que sé de mis ancestros, lo oí de labios de la tía Antonia, hermana de mamá; ella era la mayor y tenía veinte años, mamá, que se llamaba Paulina, era la menor.
Llegaron a la Argentina, porque allí en España, joven que iba a la milicia, no volvía, entonces mi abuelo, fue enviando a América uno a uno, a los hijos varones, previo aviso a los paisanos malagueños que ya estaban aquí establecidos.
Ellos, los iban a buscar al puerto, los albergaban en sus hogares, les conseguían trabajo previamente, así nadie resultaba una carga, para parientes y amigos.
Mi abuelo José, tenía que realizar todo un trabajo previo, combinando con los que habían venido antes, el día que llegaban, por qué lugar exacto, porque los chavalitos llegaban después de un viaje largo y agotador, desorientados, con miedos a esta tierra extraña para ellos, con situaciones en el mismo barco, derivadas de que todo era en base a ir dejando las "perras gordas" que mi abuelo les había dado, para hacer frente a sus necesidades, pero que se diluían entre propinas a marineros para poder subsistir en barcos que no eran precisamente, de lujo.
Mi abuelo, antes de dejar al hijo de turno en el barco, también había tenido que contentar a capitanes y marineros con generosas propinas.
Cuando ya la mitad de los hijos estaban aquí, hicieron el último esfuerzo, para reunir a la familia en la Argentina, y al cabo de un tiempo, gracias a la fuerza, a la cultura del trabajo innata de los inmigrantes, con mucho esfuerzo y tesón, las mujeres de la familia, a cargo del bueno de José, se reunieron con Francisco, Manolo y Miguel, que, con los hombres al trabajo y las mujeres con mi abuela María al frente, en el gobierno de la enorme casa, llena de charoles, helechos y jazmines, fueron otra de las tantas familias inmigrantes que, entrelazando costumbres, tradiciones y culturas, hicieron tanto bien a nuestra patria.

Por Elsa Solís Molina / Rosario (Santa Fe, Argentina)
E-mail: nalo12@hotmail.com