6 ene 2009
ANDANZAS DE UN EMIGRANTE
Introducción del profesor Federico Antoniassi:
Cada uno de nosotros construye en su cabeza una idea del inmigrante, arma tipologías de acuerdo a las propias vivencias, para después clasificar las experiencias de tantos hombres en el tiempo, imagina travesías y reconstruye a partir de ellas las sendas de muchas historias individuales, familiares, colectivas. La mayoría de las veces se piensa en muelles, en barcos, en despedidas, en el Atlántico de ciento treinta años atrás y en los tantos que dejaron Europa desde ese entonces hacia acá. Hay, sin embargo, otras imágenes que nos ayudan a entender al que migra; sin irnos tan lejos, a veces sin la necesidad de cruzar los mares y desafiar las fronteras, aparecen historias de hombres que tal vez con dificultad puedan ser definidos como inmigrantes, en nuestro sentido tradicional del término, pero que han sido verdaderos emigrantes: el movimiento, el péndulo que recorre la vida de pueblo en pueblo, del campo a la ciudad o viceversa, nos trae el relato de esos otros transeúntes que al igual que el inmigrante de los grandes viajes oceánicos, siembran un poco de su vida en cada nuevo abordaje, en cada destino que se deja, en cada senda nueva que emprende. Aquí va una de esas historias.
Texto de Carlos Bleynat:
Todo comenzó con la llegada de la cigüeña (sí por que en esos años todavía existía la cigüeña). Fue en la ciudad de los recuerdos de mis padres y abuelos. Ciudad imaginaria porque cuando la conocí en realidad, era casi imposible ubicar los lugares y personas que ellos describieron. Después llegó el viaje a un pequeño pueblo, lugar de juegos infantiles de los cuales conservo sólo imágenes dispersas y rostros casi desdibujados. El paso siguiente transcurrió en el campo, en una escuela rural que realmente era una escuela de vida. Mis compañeros, muchos de los cuales estaban aprendiendo trabajosamente a hablar el castellano, se encontraban en una etapa de transición entre la inocencia y la madurez, pues nuestros juegos tenían la pureza de la niñez no contaminada, pero ellos sabían que pocos años después serían familias independientes con hijos desarrollándose. Por suerte cincuenta años después los encontré tan transparentes y felices como podía esperarse.
De allí pasamos a una comunidad de “atrás de la vía”, con campitos de fútbol y permanente competencia no exenta de peleas a “trompadas limpias”. Allí resultó muy dificultoso ubicarme, y si bien quedaron las relaciones con algunas amigas y amigos entrañables, la experiencia no fue para nada agradable. El siguiente ambiente fue el “del centro”, y la escuela secundaria. Aparecieron los pantalones largos, los primeros deslumbramientos femeninos, y los primeros e inolvidables amigos, compinches de todos los descubrimientos de la adolescencia. Terminado el secundario hubo que partir a la gran ciudad para seguir estudiando. Era la década del 60 y los jóvenes íbamos a transformar el mundo.- La actividad formativa, no sólo en el aspecto profesional, era muy intensa y profunda.- Quienes compartieron estos años fueron fundamentales, pero terminada esta etapa se dispersaron, y hoy son recuerdos imborrables que lamentablemente no pueden estar presentes en la vida cotidiana.
Finalmente llegó el noviazgo en serio, el trabajo, la familia, los hijos y después los nietos. Todo ello constituye un capítulo tan esencial que merecerá un tratamiento particular en otro momento. Esto implicó la radicación en una pequeña ciudad donde, entre momentos felices y otros de sinsabores, la vida comenzó a tener un punto geográfico de referencia. Estable pero parcial en cuanto a toda la trayectoria vital.
Llegada la etapa de la madurez, y de mirar el presente con la perspectiva del pasado, se va perfilando una pregunta: ¿Cuál es mi barrio? Hubo tantos que pueden ser todos, o tal vez ninguno. Sin embargo no puede existir experiencia humana sin raíces, y es necesario reflexionar con mayor profundidad para encontrar una respuesta.
Y a medida que van desfilando recuerdos y cuestionamientos, va apareciendo con claridad una idea atrapante: ¡Mi barrio es mi gente! ¿Pero quiénes son mi gente?: A esta altura se comienzan a valorar todos los intereses que siempre estuvieron presentes en nuestro interior y que fueron postergados por las urgencias cotidianas. Y casi imperceptiblemente nos vamos encontrando con quienes comparten con nosotros vocaciones, amor por las mismas cosas, y agrado por parecidas formas de vivir esas experiencias. Van llegando con historias muy distintas, desde lugares muy diversos, a partir de actividades muy diferentes, pero sin que lo pensemos demasiado comenzamos a pronunciar una palabra identificatoria: nosotros. Con toda la frescura de la edad juvenil, y toda la serenidad de nuestros actuales años, creemos haber podido concluir algo que ahora parece tan simple: ¡¡¡Esa gente es definitivamente la que constituye mi Barrio!!!
Por Carlos Bleynat / Firmat (Santa Fe)
E-mail: ahrfirmat@hotmail.com