6 ene 2009

HISTORIA DE LOS INMIGRANTES


Me remitiré brevemente a la historia de Nicolás Milatich, quien fuese mi abuelo paterno y tuvo por esposa a Juana Makianich.
Nicolás nació en l871 en Svirce, Isla de Hvar, Croacia .
Entró al país el 9 de abril de l896, fecha de llegada a Buenos Aires.
El motivo de su partida fue la pobreza y dificultades con el cultivo de la vid, con bajo precio del vino y apertura de las fronteras con Italia, permitiendo que el producto italiano se comercializara en toda Europa a buen precio, logrando grandes ventas y rebajando el valor del vino croata.
Se estableció inicialmente en Los Molinos, Santa Fe, como peón de campo de una familia de su mismo apellido, permaneciendo uno o dos años en el lugar. El segundo trabajo lo logró en Carmen del Sauce; allí avisó a su prometida que viajara desde Europa y contrajeron matrimonio en el año 1900. Se dijo por relatos que aquella unión civil se efectuó al borde de un carro o chata, sobre cajones que hacían de escritorio.
El primer hijo nació en l901 cuando ya se habían trasladado a Fuentes. Fueron nueve en total; dos fallecidos. Eran seis mujeres y tres varones, el último nació en 1919.
Gracias al Señor Fuentes, quien les facilitó un crédito, adquirieron en 1903 un campo en Arequito. La compra la efectuó con su primo Makianich, quien había viajado en primera instancia desde Europa, acompañándolo allá por 1896.
Una anécdota interesante es la llegada a Arequito desde Fuentes. La primera parada la hicieron en el Hotel Botto, conduciendo una chata tiradas por bueyes, una yegua y una perra, la cual retornó inmediatamente al punto de salida, Fuentes. Toda una preocupación, así que alguien viajó al lugar para retornarla.
Eran 160 hectáreas, había espinillos, avestruces, vizcachas, mulitas; limpiaron, sacaron arbustos y así emparon. Construyeron un rancho de adobe, plantaron higos peras, aunque antes de esto, fueron eucaliptus -hoy existentes y ya centenarios-, también varias plantas de granadas, un árbol muy preciado por los croatas.
Debo aclarar que se los llamaba austriacos sin acento en la i, y por aquel entonces, había algo de discriminación, ya que había mayoría italiana y española.
El abuelo sabía hablar alemán por haber asistido a escuela del régimen austro húngaro y haber hecho su servicio militar bajo la dominación austríaca, manejando así el idioma. Por otra parte, conocía también algo de italiano.
La prosperidad y el gran esfuerzo realizado le permitieron la construcción en 1912 de una casona hoy existente.
Las cosas estaban bien en nuestra patria, razón por lo cual, con ahorros, viajó a Hvar, Croacia, a ver a sus padres, junto al Señor Destéfanis, quien vivía en Arequito y se dirigía a Italia. Era el año 1914.
Al cruzar la plaza de su pueblo Svirce, se encontró con sus padres, que montados en burro iban a misa. El los saludó diciéndole a su papá que era su hijo, ya que no lo reconocieron inmediatamente. Los padres bajaron del burro, lloraron y lo abrazaron. Habían pasado 18 años y su imagen había cambiado totalmente.
Es así que lo invitaron a subir al burro como gesto de atención y retornaron al hogar.
En verdad no sé cuánto tiempo estuvo con ellos, pero inmediatamente estalló la primera guerra mundial y él estaba en condiciones de prestar servicio militar, por lo que decidió volver a América. Antes de partir en su casa paterna, derribó una puerta, ya que sus padres querían retenerlo. Escapó con la mente puesta en su mujer e hijos que en Arequito lo esperaban.
Contaba mi padre que las balas le silbaban sobre su cabeza, ya cruzando la frontera le gritaron “alto tudesku” (creo que tal palabra significaba alemán) Se detuvo, habló en alemán, entregó monedas y continuó su huida, dejando monedas y comunicándose en dicho idioma hasta embarcarse. A fin de que nadie reparara en él, pidió ser fogonero en la embarcación junto a otros, manchándose el rostro con hollín a efectos de no ser reconocido y por el temor que experimentaba.
Fue así que llegó a Buenos Aires sin dinero y avisó que lo fueran a buscar.
A Arequito habían llegado anónimos y cartas que informaban que él había fallecido; esto lo recuerdo de los relatos de mi padre.
A Buenos Aires viajó su primo Makianich y su propio hijo mayor, que ya contaba 13 o 14 años. Cuando arribó a Arequito varios paisanos con un Breck viajaron desde el campo al pueblo y finalmente fue recibido con tremenda alegría.
Luego de muchos años, allá por 1947, se descompensó riendo sentado en un sillón. El corazón había claudicado. Días después, una noche de reyes, murió finalmente.
Nicola, como le decían, era una persona de gran fortaleza física. Esto lo decía mi padre y un paisano, Miguel Vidosevich, contaba que abrazaba las bordalezas de vino y las bajaba de la chata.
Se cuenta que cuando un peón fallecía y no disponía de dinero para el carruaje, él se ofrecía y lo trasladaba en el Breck.
Otra anécdota es la referida a un hombre fallecido que el sacerdote quiso bendecir sin que entrara en la parroquia, pero un imperativo de Nicola con voz firme, ordenó al religioso que hiciera entrar al muerto. La condición de pobreza a veces era motivo que esto sucediera, pero esa vez su intervención pudo más.
Hoy sus restos yacen junto a los de su esposa en el panteón familiar de nuestra localidad.

Por Fernando Jorge Milatich / Arequito (Santa Fe)
E-mail: fereslavo@hotmail.com