17 nov 2009

HUGO BARBERO SOLIDARIO


Sumamos Argentinos Solidarios “S.A.S.”, de Rosario, distinguió al actor Hugo Elder Barbero, en su Encuentro Anual en Homenaje a los Grandes Maestros y la Solidaridad.
Se trata de un premio que reconoce a la solidaridad de aquellos ciudadanos que con su accionar en la vida, hacen posible una mejor convivencia en nuestra sociedad.
Barbero acuñó este mérito por su tarea durante 20 años como director y libretista teatral a personas de la tercera edad.
Este galardón ha sido recibido, en otras oportunidades, por Georgina Barbarosa, Soledad Pastorutti, Julio Orselli, Luis Novaresio, Johan Manuel Serrat, Padre Tomás Santidrián, entre otros.
Felicitamos a Hugo, quien es un amigo de este encuentro de narradores barriales.

4 nov 2009

DECLARATORIA DE INTERÉS

Las Cámaras de Diputados y de Senadores de la Provincia de Santa Fe, declararon a este evento de interés legislativo.
Al igual que el año pasado, el apoyo a esta iniciativa por parte de ese poder del Estado, jerarquiza al encuentro y sus objetivos, al tiempo que alienta a los organizadores a seguir trabajando en la realización del mismo.

Cámara de Senadores: expediente Nº 19831-JD. Aprobado sesión 29oct2009.

12 oct 2009

REGLAMENTO 2º ENCUENTRO

Reglamento
2º ENCUENTRO DE NARRADORES BARRIALES “AREQUITO 2009”
Historias nuestras... Contadas por nosotros.

Tema de esta convocatoria: “Personas y Personajes”.

Pueden participar personas de ambos sexos a partir de 15 años de edad, que atesoren recuerdos de familiares, amigos o conocidos -sean anécdotas, historias de vida, semblanzas- y los vuelquen en escritos breves.
El enfoque es libre.
Sugerimos un estilo anecdótico, de prosa simple y amena, que apunte a despertar la nostalgia, los sentimientos, la emoción e invoque al recuerdo colectivo.
No es necesario que los trabajos tengan metodología histórica. Cualquier persona con ganas de escribir y compartir historias reales, puede hacerlo.
Las historias deben ser enviadas por e-mail al momento de la inscripción y serán publicadas en internet. Además los propios autores podrán compartir sus narraciones leyéndolas ante sus pares y público en general, en un encuentro que se hará en Arequito el sábado 14 de noviembre próximo.
El objetivo principal es compilar historias reales sobre vecinos de nuestros pueblos, narradas familiarmente por quienes más cercanos están de los hechos o personajes. La colección hará al patrimonio cultural intangible de los santafesinos y a través del portal web “www.narradoresbarrialesarequito.blogspot.com” quedará disponible para cualquier ciudadano del mundo que desee consultarla.
Por otra parte, se busca estrechar vínculos entre personas con inquietudes semejantes de distintos puntos geográficos.

SOBRE LOS TRABAJOS
La extensión máxima de cada trabajo para publicar en internet y presentar en el encuentro de Arequito es: una (1) página tamaño A 4 con tipografía Arial cuerpo 10.
Los autores con narraciones que superen los términos anteriores deberán resumirlas.
No obstante, podrán acercar el original a la jornada de Arequito para el momento de intercambio personal entre autores.
Enviar los trabajos con anticipación al e-mail: ferroclubarequito@gmail.com en el momento de la inscripción. El cierre de inscripción es el sábado 7 de noviembre.
Únicamente se recibe un trabajo por autor.
Quienes posean más de uno podrán acercarlos al Encuentro en Arequito para leerlo en caso de que hubiera tiempo disponible al finalizar o para el momento de intercambio personal entre autores.
El autor de cada trabajo acepta que su historia sea publicada en el portal de Internet www.narradoresbarrialesarequito.blogspot.com identificado con el nombre de autoría, que se puede acompañar con e-mail del escritor, si así lo prefiere.
Si el autor no deseara que su trabajo se publique en internet en el sitio del encuentro de narradores barriales Arequito, debe aclararlo debidamente en el cuerpo del mensaje cuando envía su e-mail.

ENCUENTRO EN AREQUITO
El encuentro de autores será en Arequito (departamento Caseros), el sábado 14 de noviembre de 2009, de 10 a 17 horas. Allí, cada autor leerá su trabajo ante los restantes participantes inscriptos y público, con quienes compartirá luego el ida y vuelta que se genere (máximo 5 minutos de intercambio).
Podrán participar del Encuentro todos los autores que deseen hacerlo, previamente inscriptos en los términos de este reglamento.
La persona que se inscribe y envía una historia, pero se ve imposibilitada de concurrir al Encuentro en Arequito, podrá pedir que su trabajo sea leído ante el público durante la jornada por lectores que habrá disponibles para ese fin, y de esta forma, su historia podrá estar presente.
Todas las historias se publicarán en Internet, independientemente de la asistencia o no al Encuentro en Arequito, a partir del día en que se realice esa jornada. Se publicará en orden alfabético, en dos grupos, primero los trabajos de los asistentes al evento y luego de quienes no concurrieran.
Todos los trabajos se publicarán en Internet, excepto especial negativa del autor.
Los organizadores no se responsabilizan por eventuales reclamos de derechos de autor, simplemente trasladan los trabajos recibidos a un soporte electrónico, siendo los participantes los absolutos responsables por las producciones que aceptan publicar en la web bajo su autoría.
Las presentaciones se harán en orden alfabético por apellidos. Si alguien llegare fuera de horario, quedará para el final, también respetando el orden alfabético entre los rezagados.
Quienes presenten más de un trabajo, para leer las narraciones adicionales deberán esperar que terminen de exponer todos los autores y sólo lo harán en caso de que existiera tiempo disponible, de lo contrario no tendrán derecho de lectura.
Quienes presenten trabajos fuera de temática y deseen exponerlos, deberán esperar que terminen de exponer todos los autores que respetaron el tema de la convocatoria, y sólo lo harán en caso de que existiera tiempo disponible, de lo contrario no tendrán derecho de lectura.
Durante el Encuentro en Arequito, las personas que participan como narradores y posean libros de su autoría sobre cualquier temática, podrán exhibirlos al público en puestos que se habilitarán en un sector de la sala. Los organizadores no cobrarán ningún canon.

INSCRIPCIÓN
Para inscribirse, enviar los siguientes datos por e-mail a: ferroclubarequito@gmail.com

Nombres y apellido del autor
Dirección
Localidad
Correo electrónico
Teléfono
Edad
Confirmar si estará presente o ausente en el Encuentro Arequito 2009, el sábado 14 de noviembre.
Confirmar si autoriza o no la publicación del trabajo en la página www.narradoresbarrialesarequito.blogspot.com.
Adjuntar el trabajo en Word en el mensaje de correo electrónico.

La inscripción y publicación en Internet es gratuita.

La asistencia al encuentro en Arequito tiene un costo de $ 15 (incluye carpeta, desayuno express y refrigerio por la tarde).

Cierre de inscripción el 11 de noviembre de 2009.

El autor recibirá un correo electrónico automático confirmando la inscripción.

Los trabajos aparecerán publicados en www.narradoresbarrialesarequito.blogspot.com luego del encuentro presencial en Arequito.

Organiza: Centro Cultural y Museológico Ferroclub Arequito
Cualquier cuestión no contemplada en el presente reglamento será decidida por los organizadores al momento de plantearse.

2º ENCUENTRO DE NARRADORES "PERSONAS Y PERSONAJES"

El sábado 14 de noviembre de 2009 se realizará el 2º Encuentro de Narradores Barriales Arequito.
En esta oportunidad, el tema será "Personas y Personajes".
La inscripción ya está abierta, a través del correo electrónico: ferroclubarequito@gmail.com
Todos los trabajos presentados se publicarán en este blog, donde además pueden leerse las producciones del 1º Encuentro 2008.

12 ago 2009

El dolor hecho copla

Estando en las “quintas”, precisamente por el trabajo del libro que estoy escribiendo, los vecinos me cuentan cosas, pequeños recuerdos, hechos cotidianos que quedan en la memoria y cuando los traemos a nuestra conversación nos dejan un sabor agridulce, obligándonos a sonreír, cuando en realidad nos invade una emoción que se atasca en la garganta y obliga a toser disimuladamente.
Dicen que el vasco Tecles acostumbraba “boyerear” sus vacas en las verdes y poco transitadas callecitas de las “quintas”.
Mientras ellas pastaban, él con la tenaza en sus manos trataba de arreglar los alambrados vecinos, para asegurarse de que sus animales no hicieran daño, y en estos menesteres se entretenía cantando con toda su voz estribillos, coplas de su tierra añorada, que a sus paisanos les llegaba hondo, muy hondo.
Dolor de ausencia, de lejanía, donde el mar hace casi imposible el regreso.
Su canto se vestía de copla para tapar el dolor.
- ¡No cantes más, vasco, que mi madre llora cada vez que te escucha!
El hombre lo pidió como en un suspiro.
(Recuerda Luis Roberto Giuliani-vecino)

Imaginen un paisaje del sur santafesino, todo verde, brillante de sol y el viento acercando aquella voz que más que canto era un lamento que se extendía hasta tocar las nubes.

José Tecles, nacido en Altea, provincia de Alicante (Valencia), vino a Firmat y trabajó como tambero y lechero repartidor. Décadas después, ya grande, volvió a su patria natal para morir allí.

Por Mirta Tulián
Venado Tuerto (Santa Fe)
Del libro de su autoría: “Amos de cielo y potros”

25 ene 2009

30 HISTORIAS PARA DISFRUTAR

Invitamos al lector a recorrer las vivencias particulares de 30 inmigrantes que llegaron a Argentina a hacer la América, radicándose en la pampa húmeda.
Las historias publicadas se presentaron en el Primer Encuentro de Narradores Barriales Arequito 2008, bajo el lema "El inmigrante, sus vivencias".
La lectura inyecta movimiento a la memoria colectiva, ya que en cada una de estas particularidades subyace tácita la generalidad. Seguramente son historias muy parecidas a la de un familiar suyo, un amigo, un vecino... Pero cada una aporta una faceta distinta para interpretar el proceso inmigratorio desde lo humano.
Que disfrute la lectura...

POSTALES

Mi madre vino de España a los dos años. Todo lo que sé de mis ancestros, lo oí de labios de la tía Antonia, hermana de mamá; ella era la mayor y tenía veinte años, mamá, que se llamaba Paulina, era la menor.
Llegaron a la Argentina, porque allí en España, joven que iba a la milicia, no volvía, entonces mi abuelo, fue enviando a América uno a uno, a los hijos varones, previo aviso a los paisanos malagueños que ya estaban aquí establecidos.
Ellos, los iban a buscar al puerto, los albergaban en sus hogares, les conseguían trabajo previamente, así nadie resultaba una carga, para parientes y amigos.
Mi abuelo José, tenía que realizar todo un trabajo previo, combinando con los que habían venido antes, el día que llegaban, por qué lugar exacto, porque los chavalitos llegaban después de un viaje largo y agotador, desorientados, con miedos a esta tierra extraña para ellos, con situaciones en el mismo barco, derivadas de que todo era en base a ir dejando las "perras gordas" que mi abuelo les había dado, para hacer frente a sus necesidades, pero que se diluían entre propinas a marineros para poder subsistir en barcos que no eran precisamente, de lujo.
Mi abuelo, antes de dejar al hijo de turno en el barco, también había tenido que contentar a capitanes y marineros con generosas propinas.
Cuando ya la mitad de los hijos estaban aquí, hicieron el último esfuerzo, para reunir a la familia en la Argentina, y al cabo de un tiempo, gracias a la fuerza, a la cultura del trabajo innata de los inmigrantes, con mucho esfuerzo y tesón, las mujeres de la familia, a cargo del bueno de José, se reunieron con Francisco, Manolo y Miguel, que, con los hombres al trabajo y las mujeres con mi abuela María al frente, en el gobierno de la enorme casa, llena de charoles, helechos y jazmines, fueron otra de las tantas familias inmigrantes que, entrelazando costumbres, tradiciones y culturas, hicieron tanto bien a nuestra patria.

Por Elsa Solís Molina / Rosario (Santa Fe, Argentina)
E-mail: nalo12@hotmail.com

ESCAPAR DESTRÁS DE UN SUEÑO

La verdad que las anécdotas de nuestros abuelos son muchas; lo que yo recuerdo es que a mi abuela materna le contaban sus abuelas tanto paterna como materna, que vivían con mucha pobreza, trabajo y privados de muchas cosas. Creo, eso lo vivieron muchísimos inmigrantes italianos y otros también.
Trabajaban mucho porque en todas las casas hacían quintas, cultivaban de todo para vender y para consumo propio, para mantenerse, criaban animales y aves. Lo que me extrañó que nunca me contaran nada de sus padres y de su familia, si decían que siempre los tratos con los hijos no eran tan buenos.
Tal vez a raíz de eso ocurrió lo siguiente: mi tatarabuela Herminia tenía solo años 15 cuando decidió escapar por una ventana para ir con su novio, Ercole, y luego venir a la Argentina, también sus 4 hermanos. Aquí se casa con mi tatarabuelo forman su hogar compuesto por 7 hijos, 4 mujeres y 3 varones, incluido mi bisabuelo Armando. Compran su campo y trabajan todos. Pero el destino hizo que mi tatarabuelo falleciera a los 49 años luego de un cáncer de estómago, entonces mi bisabuelo, que era el mayor de los varones, queda al cuidado de su mamá y sus hermanos.

Por Valentín Santa Coloma / Monte Maíz (Córdoba)
E-mail: valsantacoloma@hotmail.com

EL NONO GRINGO

Contar la vida de los inmigrantes, es narrar sacrificios, penurias y también miserias.
Mi abuelo paterno vino a América cuando tenía 18 años y se empleó de boyero en el campo de un tío; a los 20 regresó a su patria para cumplir con el servicio militar.
Luego de saldar dicho deber, se casó y regresó a la Argentina, estuvo en un campo entre la zona de Roldán y Pujato, hasta que se radicó en Arequito, campo Cousté, y allí fundó una familia compuesta de 4 varones y siete mujeres.
Entre sus privaciones y penurias nos contaba que el almuerzo y la cena, la cena y el almuerzo, era siempre polenta; nos decía que una vez uno de los chicos preguntó: “Mamá, ¿con qué comemos la polenta? Y la respuesta fue: “Con la boca” (se refería a con qué acompañaban a la polenta).
Pero lo más triste en esa mishiadura, contaba que una noche no tenían nada para comer y los chicos llorando decían “tengo hambre”. “Andá a dormir”, le respondieron.
El Abuelo a la mañana siguiente ató la jardinera y se fue a Casilda a lo de un paisano dueño de un comercio, a pedirle una bolsa de harina, pero como debía cinco pesos le dijeron, “para vos no hay harina”. Salió apenado y se encontró con un amigo que al verlo así le preguntó qué le pasaba, entonces le contó. “Allá tengo los chicos que lloran de hambre y no me quisieron dar una bolsa de harina”.
Este amigo lo mandó a su casa y le dijo: “Andá y decile que te den la bolsa, y cuando precisas vení a buscar más”.
A la vuelta de los años y por esas cosas de la vida, los hijos de aquel amigo necesitaban una ayuda económica y recurrieron a mi abuelo por un préstamo de dinero, mi padre y mis tíos ya al frente de la empresa se oponían a concederla, dado que la situación de esta gente no era buena. Fue ahí entonces cuando les recordó: “Cuando ustedes tenían hambre el padre de ellos me dio la bolsa de harina”.
Así fue la historia de aquellos inmigrantes gringos que vinieron a poblar nuestras Pampas con el solo afán de trabajar con sacrificio rudo y sin firmas, documentos ni avales, solamente el CUMPLIMIENTO DE LA PALABRA.

Por Ricardo Piatti / Los Molinos (Santa Fe)

HISTORIA DE UN VASCO-FRANCÉS

Mi papá, Miguel Montot, nació en 1865 en la región de los Bajos Pirineos, Francia. A los veinte años lo reclutaban para hacer el servicio militar, que por ese entonces duraba cuatro años. Debía realizarlo en una colonia francesa en África. El cambio climático que debía soportar era tremendo, pues proveniente de una zona totalmente fría iba a ser alojado en una región muy árida y extremadamente calurosa. Tenía antecedentes que, todos lo de su región, cuando iban a África, volvían con lesiones incurables o directamente no volvían. Por esa razón decidió emigrar.
Viajó hasta Burdeos, sin documentos porque estos los tenía retenido el ejército, y se subió a un barco que no sabía hacia donde se dirigía, viajando como polizonte pues no tenía dinero para pagar el pasaje, y como ya mencioné, tampoco documentos. Cuando estaban en alta mar, pasaron revista y lo encontraron. Allí le dieron dos opciones: o iba a alimentar los motores que se hallaban por debajo de la línea de flotación (con carbón), o lo tiraban al agua. No tuvo más remedio que ir a trabajar para proseguir su viaje.
Luego de tres meses llegó al puerto de Buenos Aires. Desembarcó con un franco (moneda francesa equivalente a unos veinte centavos argentinos aproximadamente), sin conocer el idioma y tampoco tener allegados que lo recibiesen. Lo llevaron al hotel de los inmigrantes. Debió permanecer allí cuarenta días - le llamaban cuarentena- por si era portador de alguna enfermedad infectocontagiosa. Hotel, lo que se dice hotel, no era, solo gente muy amontonada.
Le dieron una salida laboral para que trabajara en un tambo en Moreno, provincia de Buenos Aires. Actualmente forma parte de la ciudad capital, pero por aquellos años estaba a una distancia de unos cuarenta kilómetros. De más esta decir que no existían las botas de lluvia, ni los tinglados, ni las máquinas de ordeñe. Se levantaba a las dos de la mañana, con lluvia, frío, viento o calor y trabajaba hasta las ocho o nueve de la mañana ininterrumpidamente. A los dos años de estar trabajando allí, llegó también su hermano Juan, pues a él también le tocaba el servicio militar y del mismo modo iba a ser destinado a África, razón por la cual decidió reunirse con mi papá. Al año de estar trabajando en el tambo, Juan enfermó de pulmonía y falleció. De ahí, y según la costumbre de la época, es que yo llevó el nombre de Juan y rara casualidad, tengo un nieto que se llama Esteban, como el otro hermano de papá que había quedado en Francia.
Luego de lo que pasó con su hermano, estuvo un año más trabajando en el tambo y luego abandonó. A todo esto corría el año 1890 donde se trasladó a Rosario. Allí trabajó dos años en el puerto de esa ciudad, descargando bolsas de azúcar que venían de Tucumán y cargándolas a los barcos para la exportación.
En 1892 se trasladó a San José de la Esquina. Allí conoció a Luis Torres, quien lo trajo a Berabevú y entró a trabajar como agricultor en el campo que ahora pertenece a la familia Budassi. Allí todavía estaban las tolderías de los aborígenes, deshabitadas y semi-derruidas, que tuvo que desparramar. Eran de paja y barro. Luego trabajó esas tierras con un arado mansera tirada por una yunta de bueyes, estos elementos les fueron provistos por Luis Torres.
En 1910 una familia conocida de Francia (allí estaba Esteban y mantenían fluida correspondencia) le ofreció una joven, Mariana Uhalde, a quien no conocía ni por foto, pero la mandó a buscar. Cuando ella llegó al puerto de Buenos Aires llevaba un cartel con su nombre. Mi padre la ubicó y la llevó a Berabevú. Se casaron y nacieron Agustina, Clara, Miguel y luego yo.
Tiempo después nos trasladamos cerca de lo que hoy se denomina “Cuatro Esquinas”. Allí nacieron Mario y Enry, más conocido como “Cachilo.”
Después nos ubicamos dentro de la Colonia “La Pellegrina”, a doce kilómetros de Berabevú. Mi padre fue siempre agricultor arrendatario y falleció el 15 de julio de 1954 a los 89 años.
También llegaron a este país los hijos del tío Esteban, escapando de la guerra.
Mis padres nunca pudieron regresar a la tierra que los vio nacer, pero sí tuvo la suerte uno de mis hijos: Néstor. Se recibió de Ingeniero Mecánico en 1977 y fue becado 1uince días a Alemania y quince días a Holanda. Una vez concluido el período de la beca y gracias a los recursos que le otorgó el fútbol, ya que fue arquero en el club Argentino de Rosario, en 9 de Julio de Berabevú y en el Carlos Pellegrini de la ciudad homónima, y algo que le di yo, se juntó con cuatro amigos, todos rosarinos, compraron un auto y se dedicaron a recorrer Europa. Así llegaron a Francia y tuvo la suerte de ver la casa donde nació papá. Allí todas las casas tienen nombre. La de mi padre se llama Uhastia. También pudo conocer a los familiares de papá y mamá.
En 1991 o 1992 llegaron de visita unos parientes franceses: un matrimonio y una religiosa.
Esta es la síntesis del porqué un vasco-francés, mi papá, se radicó en la Argentina.

Por Juan Montot / Berabevú (Santa Fe)
Nacido en 1919

EL ABUELO

Cuando veo a mi padre “enganchado” durante horas a la televisión, mirando embelesado, programas de España; cada vez que me traslado a su sangre y que siento la ansiedad que él tiene de poder llegar algún día a conocer… a pisar el suelo que su papá caminó cuando pequeño, surge en mi mente un niño de 8 años, tímido, flacucho, con sus pantalones cortos, con tiradores, con un moñito en el cuello, y su pelo castaño, peinado a la gomina, con un jopo majestuoso coronando su cabeza.
Lo imagino allí, subiendo con alegría y a la vez con temor a esa inmensa nave que lo llevará ¡Quien sabe dónde! su manita apretada a la de su mamá, que también tiembla de emoción, de miedo, de dolor. Emoción por la aventura a emprender, miedo por un futuro que se avecina incierto, y dolor por no poder dejar de mirar atrás y sentir en su cara las huellas de las lágrimas que no dejan de caer. Allí se queda parte de su historia… parte de su familia, sus raíces… se va, pero no sabe si podrá volver algún día y todas esas emociones se las transmite al pequeño, que aprieta firmemente su mano, como infundiéndole fuerzas, como pidiéndole ayuda..
Y luego la travesía… el mareo, por el acompasado movimiento del barco, los días y días de solo ver agua y cielo, la novedad de correr por los vericuetos de esa mole, que atraviesa lentamente los mares, las preguntas a cuanto marinero ve por allí, a hurtadillas de su mamá y sus hermanos que tratan de no perderlo de vista.
Y luego ¡Al fin! Tierra, al fin el paraíso prometido, el paraíso que no más bajar se convierte en una máquina de aplastar sueños, algunos ya vienen con un trabajo seguro, pero otros se lanzaron a la aventura y no saben con que se van a encontrar. Él sabe que su hermano mayor que vino mucho antes, ya logró después de ardua lucha encontrar una ubicación en un campo que entre todos van a trabajar. Será un trabajo duro, pero a eso ya están acostumbrados, lo más difícil va a ser dejar de extrañar su tierra, su gente, sus compañeritos de escuela…pero… como todo pasa, así también transcurrieron los años y el niño de ocho años, creció, pasó su etapa de adolescente, se casó, tuvo cinco hijos, tres mujeres y dos varones y nunca, nunca dejó de trabajar y dejó en esta tierra su vida, porque para salvar la cosecha de la langosta, plaga común en esos tiempos, se intoxicó con el veneno con que la combatían fumigando a mano y eso le produjo un cáncer que lo mató siendo aún muy joven.
Claro que detrás de sí dejó la semilla germinando en sus hijos y al menos los más grandes siempre desearon poder regresar a esa tierra que debieron dejar los abuelos, obligados por la miseria, las guerras y todo lo que eso acarreaba consigo. Y yo que soy su nieta tengo el mismo anhelo, siento que la sangre se me enciende cuando escucho música española, los pies danzan alados cuando sus acordes suenan, porque aquí él también plantó la semilla, en mi corazón. Y los hijos de mis hijos harán que un día germine, que un día podamos cumplir el sueño del abuelo, de regresar a sus raíces, de regresar al terruño, a la madre patria.

Por Manuela Rosa “Tati” Grimalt / Granadero Baigorria (Santa Fe)
E-mail: tatipoeta@hotmail.com

A LA MEMORIA DE MI PADRE Y SU FAMILIA

Intento plasmar en estas páginas, historias de vida que recuerdo haber escuchado una y otra vez, cuando era chica, cada vez que se reunía la familia y rememoraban su llegada a América.
En Italia, el estado de guerra y la miseria los hacía pensar en irse lejos a buscar nuevos horizontes.
Mi abuelo paterno enviudó, quedando con un hijo de 2 años. Más tarde contrajo enlace con Marieta, quien lo crió como si fuera suyo, y vinieron los propios.
Muchos murieron, y otros los menos, se criaron y crecieron en aquella lejana Romania, región serrana de Italia que siempre estuvo en los recuerdos de mi papá, quien soñaba con volver a verla alguna vez y no pudo ser.
El primero en arribar a estas tierras fue el mayor de los hermanos, aquel cuya madre había muerto. Se afincó en este lugar por tener primos que trabajaban en el campo.
Como aparentemente las cosas iban bien, se vino mi abuelo, quien realizo cuatro viajes, trayendo en el cuarto a toda su familia.
Es así como en la primavera de 1925 atraca en el puerto de Buenos Aires “La Taormina”, barco de segunda clase, que luego de muchos días de navegación lenta llegó a destino.
La ciudad debe haberles parecido, quien sabe que!..... La cuestión es que bajan del barco enfundados en lana, mientras aquí el calor era abrasador. Su aspecto movía a risa de los porteños que caminaban por esas horas, y más aún cuando, portando inmensos baúles de madero, uno de cada extremo, ocupaban toda la vereda.
En tren llegaron a Berabevú. Aquellos primos lejanos, les prestaron un galpón para vivir debiendo cocinar a la intemperie.
Recuerdo oír hablar a mi abuela, muy bien de aquella mujer que la atendió, la ayudó y cuidó amablemente. Mi abuela no estaba bien, débil, mal alimentada, muchos embarazos, mucho trabajo y el largo viaje no la había dejado bien. Además amamantaba a la más pequeña de dos meses.
Los primeros tiempos fueron muy duros, la miseria, el cambio de vida, el idioma…
Todos se fueron a juntar maíz, hombres, mujeres y niños. Arrastraban pesadas maletas en las que ponían las espigas de maíz que iban descolando a medida que avanzaban por los surcos. Los más chiquitos eran llevados también, solo hacían travesuras y jugaban.
La paga eran escasos centavos por bolsa. No todos los patrones tenían un buen trato con los peones.
Así de sol a sol. Luego de una cena escasa, con cebollas revueltas con huevo o hígado que los carniceros regalaban, en una sartén, de la comían todos, apurados, antes de que retirara la luz del día. Desmayados de sueño y cansancio se iban a dormir.
Creo que no hay palabras que puedan explicar con certeza, el sacrificio y las penurias que vivieron en aquellos primeros años. El nono era el primero en levantarse, de madrugada y sin luz se afeitaba con navaja. Una mañana limpió su navaja con un papel que encontró. Más tarde con el mismo papel envolvían un pedazo de queso y dulce de membrillo que llevaban para comer en el campo.
A la hora de comer, descubrieron el dulce lleno de pelos y con gusto a jabón. Lo limpiaron un poco y lo comieron igual, el hambre se sentía y no había otra cosa.
El trabajo duro los hizo fuertes y aguerridos a pesar de sur aún adolescentes.
De ir a la escuela, ni hablar, había que trabajar para subsistir. Los más grandes fueron a la escuela La Piamontesa (actual Godeken), solo algunos meses, no obstante aprendieron a leer y a escribir. Mezclaban los idiomas y eran objetos de bromas y cargadas de sus compañeros. Les alcanzó para defenderse en la vida. A mi papá le hubiera encantado saber más, ir más tiempo a la escuela, estudiar…
Los más chicos, tuvieron más oportunidad, pero no la aprovecharon demasiado.
Pasaron los días, los meses y los años y la mayor de los hermanos, se empleo como sirvienta. No eras un trabajo muy digno, no la trataban bien, sobre todo los hombres de la casa. Era bastante esclava. Además tenía que soportar las burlas de los jovencitos y jovencitas, que se reían de su ignorancia, de su forma de vestir y de su manera “gringa” de hablar.
De todos modos ella decía haber aprendido mucho de todos para quienes trabajó. También los varones cambiaron de trabajo y consiguieron emplearse en criaderos de cerdos y estancias.
Gracias al empeño de todos, alquilaron una casa, hasta que pudieron hacerse una, precaria pero propia.
Los peones que se ocupaban en las estancias eran de diferentes orígenes. Así se reunían criollos e inmigrantes de diferentes lugares de Europa.
La convivencia daba lugar a las más insólitas situaciones, algunas se tornaban dramáticas y otras muy di vertidas.
En general los “gringos” no confiaban en los negros y viceversa. Sin embargo, entre algunos se crearon lazos de amistad que perduraron en el tiempo.-Dormían todos juntos, por lo que en muchas noches se originaban largas charlas entre los más jóvenes:
* Contaban chistes o se hacían bromas
* Organizaban, para el otro día, alguna carrera cuadrera, con apostadores, por supuesto a escondidas del patrón.
* Se escapaban con el sulky a ver alguna noviecita.
* Contaban historias de aparecidos, luz mala o jinetes que vagaban por los campos o caminos rurales.
Casi siempre terminaban con algún botinazo en la cabeza, que arrojaba algún mayor que dormía.
Mi papá era muy inteligente, observador y se relacionaba fácilmente con todo el mundo, tenía sus picardías, era muy alegre y ocurrente. Aprendió muchísimo, de la gente e hizo muchos amigos, Era muy hábil en entrador y se hizo querer por sus patrones, aún aquellos a quienes se los consideraba los más jodidos. Su ingenio lo llevaba a comprarse la confianza de los demás.
El llevaba en gran parte el timón de la familia ya que el abuelo, con su inclinación al tinto, se embriagaba y tornaba totalmente vulnerable e inofensivo.
De día, éste, hacía la huerta y luego salía vender el fruto de la misma, (verdura, semillas), luego pasaba por el boliche, se jugaba alguna partida, se tomaba sus buenos vinos y volvía a casa tambaleante, cantando interminables canciones en italiano.
Al llegar lo esperaba mi abuela, con reproches y un rosario de palabrotas (en italiano), él se iba a dormir y la dejaba rezongando.
Yo lo amaba, murió, cuando yo tenía 14 años. Tengo tantos recuerdos de mi niñez a su lado, que se me humedecen los ojos al escribir este párrafo.
Hay cientos de anécdotas que podría escribir, pro llevaría mucho tiempo y espacio.
Para finalizar quiero decir que le dieron a esta tierra todo, su esfuerzo, su sudor, sus lágrimas, su trabajo, su vida, Aquí formaron sus familias, progresaron, consiguieron su chacra propia, en fin, este fue su lugar en el mundo y a pesar de que nunca olvidaron su Italia natal, ni cambiaron su nacionalidad, siempre se sintieron argentinos.

Por María Agustina Giulli de Véliz / Berabevú (Santa Fe)

EL INMIGRANTE Y SUS VIVENCIAS

Comienzo describiendo algo de mis ancestros, abuelos inmigrantes padres inmigrantes, tíos y primos inmigrantes.
Contaré mi historia más cercana, la historia de mis mayores que data del siglo XX, mis abuelos paternos italianos de Sicilia eran la Nona Antonia y el Nono Gerónimo. Tenían temor por sus hijos: Gerlando, Francisco, Luis y Salvador porque siempre estaba la amenaza de la guerra y decidieron dejar su patria, su negocio, su bienestar por la seguridad de la familia. Tenían cuatro hijos varones.
Al arribar al país desde el Hotel de Inmigrantes en Buenos Aires, recalaron y se instalaron en Rosario donde tenían muchos paisanos. En un principio vivieron en un conventillo. Como todo extranjero, contaban su Historia. Cuando salían a trabajar, dejaban el brasero encendido con el puchero cociéndose lentamente y entre vecinos del conventillo cuidaban y atendían que no les faltara carbón o leña o líquido en la cacerola si era necesario.
La nona Antonia contaba que amasaba todos los días aunque estuviera a punto de dar a luz otro hijo. Aquí en Rosario tuvieron tres hijos más: Gerónimo, Antonito y Rosa. Al tiempo se fueron a trabajar al campo buscando mejorar su situación. El Nono Gerónimo trabajaba en la chacra de un yugoslavo: Pedro Bercovich. En ese tiempo llegó de Yugoslavia Spira Bercovich, hermana de Pedro, acompañando a María Bladislavich, que venía a Argentina para casarse con Pedro Bercovich.
Spira tenía intención de regresar a su patria después que María y Pedro se casaran, pero conoció a Francisco Tuttolomondo. el hijo de Gerónimo, siciliano que trabajaba también en la chacra de Don Pedro, y Spira no regresó nunca más a su tierra.
Francisco y Spira se casaron, se instalaron en Villa Cañas y allí nació Gerónimo.
Luego se trasladaron a Melincué y allí nacieron Walter, Antonio, Gerlando Helena y Spira. Luego de unos años se trasladaron a Wheelwright, compraron y edificaron frente a la estación de trenes.
Francisco hacía comisiones a Rosario y tenía negocio. Spira colaboraba en todo con su esposo.
En el año 1919 nació Rosita y en el año 1922 nació Antonia Ana, la que cuenta esta historia y suscribe esta nota.
Progresaron mucho con el esfuerzo y trabajo de los dos. Se amaban y la nueva patria le dio los hijos y todo lo hermoso y válido que lograron.
Mi querido papá Francisco y mi querida mamá Spira nos brindaron su amor y sus mejores esmeros.
Solo quedamos tres hermanos: Gerlando de 95 años, Rosita de 89 años y yo, Antonia Ana Tuttolomondo viuda de Jung, de 86 años.
Me casé en 1952 con Aimé Jung. La vida nos llevó treinta años a Buenos Aires. En 1982 nos radicamos en Rosario, mi esposo falleció, me quedaron dos hijos: Gustavo de 48 años y Luis Alberto de 40 Años. Wheelwright, mi pueblo natal, está muy grande y hermoso, tiene de todo. Viajamos muy seguido al pueblo que me vio nacer, no podemos olvidarlo.
Como pienso que tampoco pudieron olvidar alguna vez a sus pueblos de origen mi madre yugoslava y mi padre de Sicilia.
He aquí una parte de una pequeña gran historia de abuelos y padres que llegaron a este país, al que amaron profundamente y nunca dejaron de agradecer lo que habían logrado, con mucho esfuerzo y sacrificio, por cierto, pero paso a paso fueron haciéndose una posición sólida que les aseguró una vida digna y una vejez sin apremios económicos en mi querida Argentina, que abrió sus brazos para todos aquellos que llegaron de tierras extranjeras buscando amparo y amor.

Por Antonia Ana Tuttolomondo viuda de Jung / Rosario (Santa Fe)

HISTORIAS DE INMIGRANTES

INMIGRANTE... Según el diccionario la palabra inmigrante significa llegar a un país para establecerse en él.
...yo agregaría:
• Dejar sueños, para encontrar otros nuevos.
• Dejar amores, para renovarlos.
• Dejar familia, para construir la propia.
• Dejar costumbres, paisajes, tradiciones, para construir nostalgias.
Esta es la historia de Josefa y Juan, italianos de nacimiento, que se enamoraron, formaron una familia y pensaron que la Argentina sería su hogar.
Juan emprendió una larga travesía en barco, con la promesa de que volverían a encontrarse cuando él tenga casa y trabajo en América del Sur. Trabajó muy duro, de sol a sol, labrando la tierra, cada semilla, cada amanecer, cada día que pasaba lo acercaba a su Josefa amada.
Al mismo tiempo Josefa trabajaba en una fábrica de costuras en Italia, añorando el encuentro con el hombre de su vida.
Pasaron diez años, el puerto de Buenos Aires y una gran multitud fueron testigos de un abrazo interminable, comenzaba una nueva vida para ambos, con muchas esperanzas y la ilusión de tener hijos.
Juan se sentía muy feliz por encontrarse con su esposa, pero para Josefa la vida que le tocó llevar en la Argentina fue muy distinta a lo que había soñado.
Para su viaje, Josefa preparó sus mejores vestidos, un baúl lleno de sombreros que solía usar los domingos por la tarde cuando salía con amigos. Nada de todo eso pudo usar, tuvo que trabajar codo a codo con su marido para traer el pan a la mesa.
Los hijos fueron llegando cada año... y aquel baúl, que aún conservaba, con sus largos trajes de paseo y sombreros voluptuosos quedaron en un rincón, como así también sus lágrimas en silencio.
La fortaleza de un gran amor todo lo puede. Seis hijos argentinos, nietos y bisnietos... y una historia que se hizo realidad al cruzar el océano.
Esta historia que les conté, la escuché muchas veces de mi suegra, siempre con una emoción distinta, porque las anécdotas eran todas atrapantes y verídicas, esto sucedió a principios de 1900. En 1912 estaban en una chacra de Bombal y participaron del Grito de Alcorta, desde allí terminaron cerca del Boliche denominado “Santoferrara”, perteneciente a la Colonia Palencia, Paraje 4 Esquinas (San José, Arteaga, Berabevú y Chañar Ladeado).

Por Cecilia Dana de Galmarini / Berabevú (Santa Fe)
(Nieta Política de Josefa y Juan)

HISTORIAS DE PALESTINOS QUE SE RADICARON EN ESTA ZONA

Yo no soy inmigrante, mis padres y mi nueva familia (la de mi esposo), sí lo eran. Entonces voy a tratar de contarles algo de lo que siempre escuché y son historias entrecruzadas.
Los protagonistas son integrantes de las familias: Hadad, Antonio, Abraham, y Farjat, quienes provenían de Palestina, zona ubicada al este del mar Mediterráneo y en permanente conflicto por la posesión de Jerusalén.
Allá la vida era muy difícil y riesgosa, generalmente eran peones de campo, en los cuales se cultivaba: aceitunas, uvas, higos, trigo, lenteja, y se criaban animales de mediano porte. Eran pequeñas extensiones y la producción se utilizaba para el consumo y lo que a veces sobraba, se llevaba para la venta.
El trabajo arduo y la persecución, los llevo a pensar en la inmigración a América, donde ya se habían radicado otros paisanos.
El primero en llegar de los mencionados fue José Juan (mi suegro) en 1906, quien vino casado con Názara Diep. En realidad, en lugar de José Juan tendríamos que hablar de José Hadad, porque este cuando llega al puerto de Buenos Aires, y sin conocer el idioma, al preguntársele por el apellido paterno da el nombre de su padre y le queda registrado como apellido, hasta que sus hijos son mayores y solucionan el problema a través del consulado.
Se radicaron en la Colonia “La Pellegrina” dispuestos a trabajar el campo, porque era lo que él hacia allá con su suegro. Ahí tuvieron tres hijos: Sara, Juan y Jorge. Luego se trasladaron al campo de Galaretto por una mejor oferta. Allí nacieron sus otros hijos: Ramón, Pablo, Lucia, Pedro, Julián, Mario y Marta. Y se quedaron definitivamente. Compraron la propiedad y más tarde otras tierras lindantes pertenecientes a “La Rivieri”. Las instalaciones de ese campo eran muy buenas y las fueron ampliando para vivir siempre en familia.
Los hijos se fueron casando, primero se caso Sara con Farjat, después Lucia con Cecilio Zacnun, luego Pedro con Giacomina Pavarini, mas tarde Jorge con Rosa Antonio (yo), Ramón con Paulina Antonio (mi hermana), después Mario con Elena Tenaglia, Pablo con Sara Samut y por ultimo, Juan con Maria Suart.
Todos vivieron en la casa paterna hasta que decidieron independizarse, contratando los servicios de un agrimensor para que cada uno tuviese su fracción, y cinco de los diez hermanos se quedaron en el campo, construyéndose su propia vivienda.
Tengo buenos recuerdos de la vida familiar, donde había mucho respeto y entendimiento. Con la que más congeniaba era con Giacomina, con la que trabajábamos juntas y hasta llegamos a recolectar maíz, en contra de la voluntad de mi suegra, pero lo hacíamos sabiendo que los chicos siempre necesitaban algo y había que terminar de pagar el campo.
Voy a seguir, contándoles la llegada de Maria Abraham (mi madre) en 1910. Ella llegó sola en un buque de carga, con la intención de encontrarse con sus hermanos, que habían venido en años anteriores escapando de la guerra y se habían radicado en San Gregorio. Al salir de Europa, cuando su padre la vio partir, del disgusto tuvo una descompensación que tres meses después le provocaría la muerte.
Cuando llega al puerto de Buenos Aires se encuentra con que nadie la esperaba, no-tenia dinero, ni conocía el idioma, pero había hecho “buenas migas” con una compañera de viaje, a la que sí esperaban y quien le ofreció que fuera con ella, hasta ver la forma de encontrarse con los hermanos. Durante el viaje, cuando hicieron escala en Brasil, uno de los viajeros decidió quedarse allí para emprender el regreso, porque no se hallaba fuera de su país, entonces ella preocupada por la suerte de su mamá que había quedado sola y con escasos recursos económicos entrega a este hombre que volvía a su patria, sus joyas, para que le sean entregadas a la madre, para ayudarla a palear la crisis. Este señor, nunca regresó a Palestina, quedándose en Brasil y por supuesto, las alhajas, con él.
Al final encontró a sus hermanos, se entero de la muerte de su padre, vivió un tiempo en San Gregorio, hasta que con otro familiar se vino para esta zona, donde había otros paisanos, también venidos de Palestina. Aquí conoció a José Antonio (mi padre. Su apellido allá era Zara, pero nunca lo modificó. Él trabajaba en el campo de José Hadad. Se casaron el 8 de junio de 1913 en la Iglesia de Gödeken, y por civil, aquí en Berabevú, siendo Juez de Paz en ese entonces, Baldelli.
Fueron a vivir en una casita prestada, cerca del boliche de Santo Ferrara. Allí nació Francisca, al poco tiempo se vinieron al pueblo, vivan en una parte de la casa de doña Teresa Marcoliesi de Brog, y al poco tiempo de empezar a trabajar en el ferrocarril, y en un día de lluvia se resbaló de la chata que transportaba a los empleados y perdió un brazo. Después le dieron un trabajo en el campo y el mismo patrón le aconseja se fueran a Rosario donde la vida les sería más fácil. Allí nació Elena, fallecieron dos muy pequeñitos, y luego nacieron Emilia, Antonia, Rosa (yo) y Paulina.
En esa ciudad estaban bien, si bien no era una vida holgada, podíamos ir a la escuela, pero decidieron ir a Colonia Progreso, donde estuvieron diez años haciendo trabajos de campo, de allí fueron a La Francia, entusiasmados porque le ofrecían un mejor pasar, pero era un campo grande, donde estaban como puesteros. Vivíamos en una casita precaria, lejos del pueblo, había que trasladarse en vagoneta. Se trabajaba muchísimo, había que ordeñar las vacas en la madrugada con las yararás siempre rondando, boyerear a los animales (no había alambrados), sembrábamos, pero no venia nada por la extrema sequía, solo un poco de mijo y, a veces, un poco de girasol. Abundaban zorros, perdices y ñandúes. Fue una vida muy sacrificada.
Estando en La Francia, llegaron un día de visita Don José Hadad con su hijo Jorge (eran conocidos de Palestina y amigos por haber trabajado con él en el campo) quienes iban a veranear a Mar Chiquita. Esa visita se repitió al año siguiente, concretándose el noviazgo entre Jorge y yo. En un año nos casamos, pero en ese tiempo, aunque no nos vimos, todos los martes recibía su carta, perfumada, escrita en papel ribeteado en dorado y con una flor. Fue un noviazgo hermoso y un matrimonio muy feliz. Tuvimos cuatro hijos y ahora aunque él no esta (Jorge falleció en 1990) la familia sigue muy unida. Algo que siempre recuerdo fue el pedido que me hizo Jorge cuando se sentía muy enfermo su voluntad fue que quemara todas las cartas que él me mandó y las que yo contesté durante nuestro noviazgo, porque hablaban de nuestra intimidad y no eran para que quedaran dando vueltas cuando nosotros ya no estuviéramos. A mí me dio mucha pena hacerlo, pero comprendí que tenía razón.
Les continuo contando de mi familia actualmente: mi hijo Jorge, casado y con hijos, seguimos viviendo en Berabevú, José, en Rosario, también casado con hijos y nietos, Nélida vive en Cañada del Ucle, también con hijos y nietos y Norma, de igual forma en Corral de Bustos. Para Navidad si Dios quiere nos reuniremos aquí, como es tradicional, todos: hijos, nietos y bisnietos.
Mi pedido a Dios se ha cumplido: “Que ellos no pasen todas las peripecias que pasé yo en mi niñez y juventud”.
Por último voy a contar la historia de Ramón Farjat, que también en cierta forma estuvo relacionada con nuestra familia. Por pura coincidencia viajaron en el mismo buque de carga con mi mamá ese viaje realmente fue una odisea, él era apenas un chico de once años que escapaba del temor a la guerra y de los malos tratos que recibía en la escuela, motivos que justificaban viajar de esa manera: hacinados por días y días exponiéndose a los peligros de cualquier enfermedad con animales, piojos y pulgas. Por fin llegaron, después de parar por todos los puertos, hasta su arribo a Buenos Aires, pero cuando llegan allí cada uno tomo su rumbo, él se vino para Rosario y después estando ya en Rosario, mi papá le ofreció una pieza, hasta que encontrara algo para alquilar, allí trabajaba como pescador, un día mi suegra que era medio tía (medio hermana del padre) lo invito a venir al campo, a Berabevú, aquí conoció a mi cuñada Sara y al poco tiempo se casan y vuelven a Rosario con ella, pero como no se acostumbraba los hermanos mayores los fueron a buscar y les dieron una casita para que viviera en el campo, se rebuscaban haciendo la quinta, criando gallinas y juntando maíz, después como las chicas eran grandes, lo ayudaron los hermanos a comprar una casita en el pueblo y todos empezaron a trabajar hasta que se casaron, hoy están todos bien.
Bueno voy a terminar esta historia entrelazada que podría ser más larga, porque muchos fueron los que llegaron de esa Palestina siempre escenarios de violentas luchas desarrolladas en lo que hoy se llama Cercano Oriente (Asia).
Pienso siempre en la vida sacrificada de esa pobre gente que se vio obligada a dejar su familia y su tierra natal por todo lo que allí padecían, pienso en mi pobre madre, porque toda su vida fue un calvario, Dios la recompense por todo lo que en esta vida padeció.

Por Rosa Antonio de Hadad / Berabevú (Santa Fe)

HISTORIA DE MI BISABUELO

Mi nombre es Diego Bisconti, cuando era niño pasaba largas tardes sentado al lado de este hombre, para escuchar vivencias de su vida, cada palabra que decía era una escena que imaginaba, lo cual no sé porque pero me producía la inquietud de averiguar cada vez más su historia de inmigrante, de saber que estuvo allá, dejó todo lo suyo, cruzó el océano para escribir la vida acá.

Don Nazareno Bisconti nació en el año 1900 en el pueblo de Monte Sanpetrangelli, provincia de Ascoli Piceno, Italia. Creció junto a seis hermanos de los cuales era el menor; su madre falleció al nacer él y fue criado y amamantado por una señora que también tenía hijos pequeños. A los 14 años se empleó en una finca donde se enamoró de Emma, la hija de su patrón que tenía su misma edad, para esa época corría la 1º guerra mundial, donde en varias oportunidades me relató que sus cuñados habían participado de la guerra y algunos habían fallecido. En septiembre de 1922 se casó con Emma, y en noviembre del mismo año se embarcó desde el puerto de Génova hacia Argentina. Él ya tenía un hermano viviendo desde ya varios años en este país. Al llegar a Argentina fue recibido por el mismo, quien lo empleó durante algunos años desempeñándose en tareas largas de sol a sol en la actividad rural, de esa manera se sostenía económicamente. El sacrificio diario hizo que pudiera devolverle favores monetarios a su hermano y poder instalarse en la vecina localidad de San José de la Esquina, donde tuvo tres hijos. En este lapso de tiempo no recuerdo mucho lo que me relataba, pero años más tardes se empleó en el campo de la familia Castelli, ubicado en Arequito, por lo cual siempre se desempeñó en esa actividad. Durante todos estos años mantenían una comunicación escasa por correo con sus familiares lejanos. Puedo contar que las cartas que recibían, que eran una al año, venían escritas en un papel semitransparente y muy liviano, supuestamente por el costo que tenían. Esta comunicación dio fin cuando uno de sus sobrinos, que participó de la 2º guerra mundial, les pidió la posibilidad de poder venir a probar la vida en Argentina y que con trabajo les devolvería el dinero del pasaje. Debido a que su situación económica no era mala pero ajustada, pensó que debía al principio mantenerlo y tal vez pagarle el pasaje de regreso si no le gustaba el país. Por lo tanto decidió aparentar no haber recibido dicha carta y se perdió relación con los suyos allá en Italia. Pasaron los años y adquirió algunas hectáreas de campo que hoy les pertenecen a sus hijos. Siempre se encargó el mismo de realizar tareas como venir al pueblo con el sulky para realizar las compras, llevar la bolsa de harina canjeada por trigo en el molino para la elaboración del pan y cajones de uvas a la espera de la llegada del tren para realizar el vino patero. No quiero perderme en este punto sin antes comentar que su esposa Emma siempre habló el italiano, en cambio él lo fue perdiendo y mezclándolo con el español “castilla”, al relacionarse con diferentes personas de la sociedad.
Puedo decirles que fue un inmigrante muy cerrado en lo suyo, conservador de sus propias ideas, y que parte de su crecimiento económico no se logró por el temor a realizar ciertas inversiones, tal vez puede ser por la miseria que sufrió en aquellos años y el sacrificio duro de toda una vida y el miedo a perderlo todo.
Años más tarde se trasladó al pueblo con su esposa, se jubiló, y en el año 1981 enviudó. Después regresó a vivir al campo junto a Deolindo, uno de sus hijos; en esta etapa de su vida es donde me relataba sus historias de vida, podía verlo trabajando en la quinta muchas horas, también se encargaba del mantenimiento y limpieza del patio de la caza, y todos los viernes a la hora 8 de la mañana iba a la peluquería de Cheche para cortarse el cabello y afeitarse. Los domingos por la mañana encendía su radio únicamente para escuchar la misa. Más allá de todo siempre fue una persona fuerte y saludable, respetaba sus horarios y sus comidas sanas, no tenía excesos. Al cumplir los 100 le prohibieron realizar trabajos en la quinta por temor a que pueda tropezar trabajando. Desde entonces puedo recordarlo sentado bajo el alero de la casa y silencioso. Así fueron sus últimos años, falleció en el 2004 por muerte natural.
Este fue mi relato de quien fuese mi bisabuelo, inmigrante italiano que trabajó estas tierras con sus manos, pensando en volver a Italia algunos años más tarde, después de partir del puerto de Génova, como la mayoría, a hacer la América y regresar.

Anécdotas:
Al cumplir los 20 años tuvo que presentarse al servicio militar para enrolarse en el mismo. Por lo cual tuvo que ir a revisación médica. Estando en la fila de espera pensaba qué podía hacer para engañar al médico militar. Llegó su turno, pasó al consultorio, el médico pidió que se desvistiera y se ausentó unos minutos. Él empezó a correr alrededor de una mesa hasta que el médico regresó. Después de unos exámenes el médico observó que no podía enlistarse en el servicio porque sufría del corazón; según el doctor tenía el corazón acelerado y de acuerdo a la edad no viviría muchos años.

Al decidir venir a Argentina, teniendo en cuenta que regresarían algunos años más tarde, pensaron en dejar sus mejores prendas y pertenencias de valor en Italia, por miedo a perderlas en el viaje.

En un momento de su vida él quería regresar, volver a Italia, pero las grandes tormentas que pasaron durante 19 días de viaje hicieron que su esposa Emma no encarara el regreso por temor a accidentes.

Desde la década del 40 y hasta su muerte usó los anteojos recetados por el Dr. Juan Manino, no conoció un dentista y jamás sufrió de una fractura en los 104 años.

Por Diego Bisconti / Arequito (Santa Fe)
viviendasarequito@lq.com.ar

HISTORIA DE MI ABUELO PENINSULAR

En aquel 1907, Cesar junto a su hermano Giussepe dejó en su Maceratta natal a sus padres y dos hermanos. Quizás por el hecho de vivir cerca de un cuartel militar, le abrumaba la idea de los cinco años del servicio militar en una Italia expansionista que adicionaba territorio en el noreste africano, y de ver uniformados partir pero no volver. Otro motivo de su viaje tal vez fue el hecho de “hacer la América”.
En esa aventura estarían bajo la protección de su tío Giovanni que durante siete años había viajado a la Argentina a hacer la cosecha pues tenía la licencia para operar las “locomóviles” que impulsaba a las primeras trilladoras (maquinista de maquina a vapore como decía nuestro abuelo). Esta vez lo hacía junto a su esposa e hijos para radicarse en la ciudad de Pérez, trabajar en los talleres ferroviarios y hacer la cosecha.
Cesar compartió el trabajo con su tío pero como ayudante, ya sea trayendo agua o acarreando la paja para alimentar a la caldera. Con el correr de los años se encargó del arduo trabajo de arrojar las gavillas en la trilladora.
Años más tarde trabajó en los campos de Boto en Ceres y como anécdota nos contaba de una gran inundación que duró mucho tiempo, de la muerte del hijo del patrón al estrellarse su aeroplano y que junto a él viajaba a Jujuy a comprar mulas para luego exportarla a Somalia.
Se volvió a radicar en las inmediaciones de Cañada de Gómez donde estaban sus parientes. Allí contrajo enlace en 1927 con Rosa Verdichio, y en esa ciudad nacieron sus tres hijos. Vivió en una chacra en la zona sur pero se desempeñó como gallinero (así se llamaba por entonces a quien iba de campo en campo comprando aves de corral, huevos y vendiendo algún que otro producto, como ser comestibles no perecederos, telas, etc. En otras latitudes se los llamaba merca-chifle o buhonero).
De Cañada de Gómez se trasladó a Villa Eloisa donde también siguió con el mismo trabajo, hasta que un amigo de juventud le comunicó que en la zona del Morrito del Monasterio (donde él ya estaba arrendando), un colono había decidido marcharse. Desde 1941 ya fue inquilino en los campos de Pratts hasta que a mediados de la década del 60 estos latifundistas pusieron en venta sus campos con la reforma de las leyes que prohibían al desalojo y la aparición de créditos a largo plazo.
Desde ese momento surgieron una nueva camada de propietarios en la Pampa gringa que se sumaron a los antiguos que surgieron con las colonias agrícolas de fines del Siglo XIX y principio del XX y sobrevivieron a la crisis del 30.
Volviendo a Cesar; próximo a cumplir los 80 años comenzó junto a su amigo Quirino a recorrer los centros turísticos del país; el lugar donde visitó en dos oportunidades fue Mendoza, pues decía que se asemejaba a su tierra natal.
Cuando tenía 86 años pudo cumplir su viejo anhelo de volver a su Macerata a visitar a sus hermanos y primos.
También se cumplió su sueño de llegar a los 90 años con total lucidez; pero 6 meses después realizó su último viaje. Esta vez al más allá.
Era portador al igual que todos los europeos de un “principio” que los hacía libres y progresar: ¡El ahorro y previsión!; pero que el mundo “Capitalista” en pos del consumismo de a poco está tratando de erradicar.

Esto ha sido una síntesis de la historia de vida de mi abuelo CESAR BRAVI, seguramente semejante a las de vuestros ancestros.

Por Sergio Bravi / Cruz Alta (Córdoba)
E-mail: osiris651@hotmail.com

UN INMIGRANTE MUY PEQUEÑO

UN INMIGRANTE MUY PEQUEÑO

Yo me llamo Francisco Bacelli, vivo en Berabevú y todos me conocen por Quiquino, tengo 59 años de edad y soy de los últimos inmigrantes que llegamos a este pueblo procedente de Europa.
Lo que les voy a contar, es por lo que me contaron, porque yo tenía sólo 5 meses cuando nos embarcamos: mis padres y yo.
Mi padre, Quinto Bacelli, pertenecía a una familia formada por siete hermanos varones. Vivían en Sierra San Quirico, provincia de Ancona, todos trabajaban en el campo, él se especializaba en el cultivo de la vid. Cuando llega la guerra lo reclutaron y posteriormente lo mandaron a Albania, donde luego pasó a ser prisionero de los alemanes durante dos años, soportando toda clase de miserias humanas que puedan imaginarse, hasta que llega la amnistía y pudo regresar a su casa. Este hecho lo marca, y comienza a pensar en salir de Europa por temor a otros conflictos.
Mi madre: Dina Rongo, vivía en un pueblo vecino: Duomo. Pertenecía a una familia conocida por ellos, eran cinco hermanos, también trabajaban en el campo y en la guerra perdieron dos de esos hermanos.
Mi papá se puso de novio con mi mamá y le manifestó su deseo muy fuerte de venirse a la Argentina, donde ya estaba su hermano Setimio Bacelli, que había sido reclutado y quedó como soldado de reserva por ser el séptimo hijo varón a cargo de sus padres (su padrino era Mussolini, presidente de esa época).
Él ya hacía dos años que había llegado a Berabevú y trabajaba en la estancia Las Mulitas con otros familiares.
Mi mamá se oponía firmemente, no quería venir porque su familia ya había sido muy diezmada por la guerra; como última estrategia para convencerlo, se casaron y quedó embarazada (de mí).
Mi papá no retrocedió en su decisión y le manifestó que si no lo acompañaba, se venía solo. Mi mamá entre llantos (ya eran los últimos meses de embarazo) decide seguirlo, pero contra su voluntad.
En noviembre de 1949 nací yo y empieza la tramitación definitiva del viaje. Había que conseguir el dinero y la documentación, a todo esto se ve que la angustia de mi mamá, me era trasmitida y lloraba permanentemente. A pesar de todo el drama, se hace el viaje, las despedidas en el puerto fueron dramáticas, porque en esa época, con la miseria y el trastorno que ocasionaba el viaje se sabía que era sin regreso, además la incertidumbre de no saber adónde llegaban, sin conocer el idioma, sin especialidad, con apenas segundo grado y solo con deseos de trabajar y vivir en paz.
El viaje duró dos meses y medio en un barco carguero que paraba en todos los puertos. En el transcurso del mismo, una señora abordo se había hecho muy amiga de mi mamá, y quizás comprendiendo su gran pesar se ocupó de atenderme a mí y de conformarla a ella. Por fin dejé de llorar, a mi mamá le bajó otra vez la leche y me pudo alimentar, acompañado por el vaivén del barco comencé a dormir y a normalizarme.
Al fin llegamos a Buenos Aires y en el puerto lo esperaba un primo de mi papá para acompañarnos hasta Rosario, donde nos quedamos dos días para luego tomar el tren que nos trajo a Berabevú, nuestro destino definitivo.
Entre las anécdotas que más me contaron fue la llegada del tren a la estación donde todos los parientes nos esperaban, para recibir noticias de los familiares que quedaban en Italia y para brindarnos su mejor acogida.
Nos dirigimos a una casa que nos facilitó mi tío y allí estuvimos un año mientras mis padres hacían trabajos de campo (juntar maíz) para reunir dinero e iniciar una fábrica de tejidos de lana (pullóveres, camperas). Mi mamá tenía experiencia en esa actividad y mi papá cuando pudo comprar la máquina hizo su capacitación en Rosario. Fue una de las primeras fábricas de la zona, tejían los dos y contrataban costureras para armar las piezas.
Con el trabajo, mi mamá se fue habituando, hizo amistades con su clientela de la zona, pero nunca perdieron contacto con ambas familias de Italia, mantenían correspondencia bimestralmente.
Cuatro años más tarde nació mi hermana Ana Maria y yo empecé a ir a la escuela primaria, con las dificultades propias del idioma (en mi casa se hablaba en el dialecto marquegiano) que me traía problemas con la escritura y el armado de las frases, pero conté con el apoyo de algunas maestras que por la tarde me llevaban a su casa y me ayudaban a superar los problemas. Así terminé mis estudios primarios y secundarios aquí en Berabevú, para después continuar agronomía en la ciudad de Córdoba, donde pude recibirme de Ingeniero Agrónomo.
Cuando la fábrica de tejidos comenzó a ser superada por la industrialización en serie, mi papá se dedicó a la fabricación de parideras para cerdos, aguadas, palos de cemento para alambrados, parrilleros con cemento moldeado.
Económicamente las cosas le iban bien y decide a los treinta años de su llegada a la Argentina, hacer un viaje a Europa para reencontrarse con sus familiares y amigos. Mi mamá volvió a repetir la escena de la partida y se negaba a hacer el viaje hasta que mi papá la convenció y partieron.
Ese viaje fue muy importante porque pudieron hacer un balance de sus vidas y comprender que su vida estaba aquí, y que estaban más que agradecidos de lo que aquí habían encontrado. Mi mamá manifestó que no iba a volver más a Italia, porque ya sus padres no estaban y sus hermanos ya habían hecho su vida, en cambio mi papá se encontró con todos sus hermanos, sus amistades y a los ocho años repitió su viaje y se dio cuenta que su vida estaba repartida por los afectos entre Italia y la Argentina.
Mi tío Setimio, también pudo viajar a Italia, es el único hermano que ahora vive, y también decidió terminar su vida aquí. Yo pude viajar cuatro veces y comprobar todas las cosas que había escuchado tantas veces de mis padres.
Yo conocía a todos los familiares por miles de fotos que estaban aquí y allá. La sorpresa que tuve en mi primer viaje, que hice solo, fue por el gran recibimiento que me hicieron, como si hubiéramos estado siempre en contacto, allí comprendí que era realmente un más de la familia y que los lazos de la sangre permanecen intactos.
El segundo viaje lo hice con mi esposa y el regalo más grande que recibí fue la fiesta de casamiento (que ya había sido aquí) donde nos encontramos toda la familia, diseminada por toda Italia y viví momentos inolvidables.
El balance que puedo hacer es que a pesar de los lazos de sangre, de las atenciones y el afecto que recibo, de las bellezas de Italia, mi vida está en Berabevú, en este país en el cual no nací, pero donde se desarrollo toda mi vida y he encontrado profundos lazos afectivos y buenas amistades.
Olvidé en el final de esta historia, que mi papá falleció y como era su deseo está sepultado aquí; mi mamá vive, pero a causa de la diabetes hace años que viene superando distintos problemas que empezaron con ceguera y ahora la tiene permanentemente postrada y con pérdida de conocimiento; siempre se caracterizó por su gran fe a la Virgen, aunque no veía, siempre conseguía a alguien que la acompañara a la Misa Dominical y su flor diaria para la Virgen del Lujan de la estación del ferrocarril no faltó mientras pudo caminar.
Se ve que el dolor la transformó en una mujer muy conformista que aceptó la vida como se fue presentando, y en esa vida se le presentó un hecho muy llamativo: el buque que los trajo a la Argentina se llamaba San Jorge, Ana María nace un 23 de Abril, día que la Iglesia conmemora la festividad de San Jorge, que para mayor coincidencia, San Jorge es el Santo Patrono de Berabevú…

Por Francisco Bacelli / Berabevú (Santa Fe)

TULLIO AGENO. UNA HISTORIA ENTRE TANTAS...

Cuando era pequeña, no me daba cuenta de tener un apellido italiano, ni siquiera pensaba en mis orígenes. Solamente sabía que mi papá había nacido en Italia y que allá tenía una abuela y dos tíos. A mi abuelo no lo conocí porque murió antes que yo naciera.
Mi papá, Tullio Ageno, no contaba demasiado sobre su familia, quizás porque para él era doloroso recordar, quizás porque yo no preguntaba… Ahora lamento tanto no haberlo hecho, hay tantas cosas que quisiera saber… Pero sí recuerdo que a menudo hablaba de las bellezas de su querida Riviera; nombraba a Portofino, Camogli, Santa Margherita Ligure y otros lugares que frecuentaba cuando vivía en Italia.
Nació en Recco, provincia de Genova, el 26 de octubre de 1908. Tenía dos hermanos menores: Caterina y Giuseppe.
La historia comenzó en 1891 cuando su tío abuelo Pasquale Aste, emigró a Argentina. No sé si podría decir a “hacer la América”, ya que pertenecía a una familia que poseía astilleros en Recco y no tenía problemas económicos. Quizás fue el espíritu aventurero lo que lo impulsó a venir. Llegó a San Justo (Santa Fe) e inmediatamente instaló un negocio de “ramos generales”, “Aste, Delcanto y Cía”, comúnmente llamado “El Corralón”.
Algunos años después, mi abuelo Emanuele decidió emigrar para mejorar su situación económica y comenzó a trabajar en “El Corralón”. Dejó en Italia a su mujer y a sus tres hijos pequeños; mi papá tenía cinco años. Probablemente su intención, una vez “hecha la América” y haber hecho un poco de fortuna, era regresar a Italia o traer a su familia a San Justo. Pero a la América no la hizo nunca y mi abuela no vino jamás, quizás porque no tuvo el coraje para afrontar un desafío semejante o por la falta del dinero necesario para pagar el viaje… Esto nunca lo supe con certeza.
De lo que sí estoy segura, después de haber leído sus cartas, es que la vida para ella fue muy difícil y triste, con tres hijos pequeños, poco dinero, la guerra… Estas cartas, junto al pasaporte, los boletos de embarque, los boletines de la escuela, algunas fotos y otros recuerdos habían sido celosamente guardados dentro de una caja en un cajón de la cómoda. Las encontramos con mi hermana después que nuestro papá falleció, en 1986.
El abuelo, no queriendo o no pudiendo regresar, quizás para no admitir su propio fracaso, buscó otra mujer y se quedó en San Justo hasta su muerte, en el año 1946. Mi tía se enteró de ello por unos parientes, pero la abuela nunca lo supo. Su pensamiento fue siempre para su marido y luego para su hijo, que a los 16 años decidió también venir a San Justo.
Mi papá siempre contaba que mientras concurría a tercer año de la escuela secundaria, tuvo una discusión con su maestra, cuando regresó a su casa le dijo a su mamá que se iría a América…
Y así fue que partió el 31 de enero de 1924 en el vapor “Príncipe de Udine”. El primer día de viaje le tocó comer en una mesa con una familia. Como comían todos de la misma fuente y era un extraño no lo dejaron comer, entonces se fue a la panadería. Allí le dieron unos panes, luego el capitán habló con los marineros y no tuvo más problemas. Como la mayoría de los inmigrantes viajaba en tercera clase, en los camarotes dormían 50 personas, amontonados y con malos olores. Llegó al puerto de Buenos Aires el 19 de febrero, después de casi veinte días de viaje. Allí estaba su papá esperándolo, de quien no se acordaba mucho. Después lo llevó a Crespo donde había una sucursal del Corralón y comenzó a trabajar.
En 1927, regresó a Italia en el piróscafo “Duca d’Aosta” para hacer el servicio militar y permaneció allí hasta fines de 1930. En aquellos años, en Italia la situación era difícil y también por temor a una eventual guerra, de la cual ya se escuchaban rumores, decidió regresar definitivamente a San Justo. Él ya había vivido la Primera Guerra Mundial. Estaba en primer grado de la escuela primaria en Padova, en la casa de una tía. Su papá ya estaba en Argentina y a su mamá la habían operado. Con la voz entrecortada contaba que se iban a dormir vestidos y con los zapatos puestos y cómo corrían a los sótanos cuando escuchaban los aviones que venían a bombardear (Padova estaba a pocos kilómetros del frente de guerra).
En 1931, regresó en el piróscafo francés “Campana” y continuó trabajando en el “Corralón”. En 1938 se casó con mi mamá: María Aurora González, argentina (hija de uruguayos). Y en ese mismo año dejó de trabajar en “El Corralón”. Comenzó a encuadernar libros y a fabricar bolsitas de papel, oficio que había aprendido en su tierra natal. Tiempo después instaló una imprenta y continuó con ese trabajo hasta que se jubiló.
Lamentablemente, el dinero nunca fue suficiente para permitirle viajar a Italia y reencontrarse con su madre y sus hermanos. Finalmente, y después de casi 60 años logró retornar. La abuela María estaba todavía viva, pero tenía más de noventa años. Era como si estuviese esperando volver a verlo antes de morir…
Y así fue como nuestra familia fue desmembrada, y a veces me pregunto si valió la pena; habiendo causado esta separación tanto sufrimiento y tanto dolor.

Por Graciela Ageno / San Justo (Santa Fe)
E-mail: gracielaageno@hotmail.com

6 ene 2009

VIDA COTIDIANA Y TRABAJO DE UNA FAMILIA INMIGRANTE ESPAÑOLA EN EL MEDIO ECONÓMICO CASILDENSE


Francisco Ascensión Villanueva García nacido el 18 de mayo de 1882, en Calzada de Valdunciel, Salamanca, España, inmigró a la Argentina en el año 1921 con 39 años de edad. Según lo analizado, este señor Francisco se dirigió a nuestro país con su hermano Manuel Villanueva de 49 años de edad y su hijo mayor José Isidro Villanueva de 14 años de edad; éste último, nacido como su madre Mercedes Martina Calvo Pablos de Villanueva García y sus cinco hermanas en Forfoleda, Salamanca, España.
En el año 1921, más específicamente el 20 de marzo, Francisco, José y Manuel Villanueva suben al barco “Arlanza” y viajan rumbo a Argentina, donde en el puerto de Bs. As. los espera un tal Vasco Ruiz. Revisando y analizando los prontuarios alojados en el archivo de la Jefatura Policial del Departamento Caseros, más claramente el de José Isidro Villanueva, no se encuentra ninguna ficha que demuestre que ellos llegaron en dicho barco y en dicho año.
Este ítem el cual es de gran importancia, se puede relacionar con lo expresado por Héctor Villanueva: …” un hermano de mi papá lo trajo escondido en la bodega de un barco, y por medio de unos amigos lo hicieron salir como fallecido. Entonces nunca más pudo regresar a España porque era un desertor”…
Preguntando a los entrevistados si saben las causas de porqué vinieron, suponen porque no tenían dinero… “vinieron hacer la plata acá porque se dice que acá se hace la plata con la pala”.
Después de dos años, en 1923, llegan a la Argentina la esposa de Francisco y sus cinco hijas. Ya aquí se van de Corral de Bustos y se trasladan hasta Casilda, distrito Desmochado Afuera, un campo que estaba a la ladera del río Carcarañá, y alquilan unas parcelas de tierra ya que la familia se había agrandado. También éstas son del señor vasco Ruiz o Martínez.
Preguntándole a Mariano Villanueva acerca de su infancia (alrededor de los años 1930/1935) y su relación con la familia y el trabajo ya establecidos en Casilda, responde como algo sustancial a tener en cuenta que de chiquito se jugaba y de grande se trabajaba. Recuerda que nació a la ladera del río Carcaraña y que su casa era chica. Vivían todos amontonados en dos piezas que había en la cocina, y las paredes estaban revocadas con barro y paja por dentro. Alrededor de ésta no había nada, solo plantas salvajes. Se acuerda también que su padre era maestro de una escuela de Firmat y que se iba caminando hasta ella.
Además comenta que cuando tenía 18 años y empezó el servicio militar fue cuando comenzó a ir a la ciudad. Se llegaba a ésta en sulqui o caballo, para ir a misa, a buscar mercadería dos veces por semana y a llevar y vender cereal.
Estos arrendatarios se insertan en el medio económico local realizando las labores agrícolas tradicionales, es decir, siembra y cosecha de cereales para luego comercializarlos con las casas cerealistas de la zona.
Si bien el campo era una unidad productiva trabajada por los integrantes de la familia; en tiempo de cosecha se buscaba gente de afuera, del pueblo, de Casilda, para los trabajos en el campo. Iba gente con las máquinas ya que los Villanueva no tenían maquinarias propias; “…iban 4 o 5 arriba de la parva y uno que cortaba si era con el hilo y otro que desparramaba”.
A esta gente les pagaba el propietario de la máquina, y el único trabajo que debían hacer era trillar. Si demoraban algunos días, ellos descansaban en carpas; si en un día se trillaba todo, iban hacia otro campo y así sucesivamente.
Las mujeres hacían trabajo de campo: sacaban bolsas y juntaban maíz, hacían pan casero, masitas caseras, criaban pollos, arrancaban y sembraban papas, juntaban y plantaban camotes. Estas actividades se compartían con los hombres.
Las mujeres eran “conchabadas”, refiriéndonos con esto en un sentido actual, al trabajo de una empleada, como una sirvienta, por llamarlo de alguna manera.
Por otro lado las mujeres también hacían actividades como tejer, coser, remendar, lavar la ropa a mano.

Por Romina Zanetti / Casilda (Santa Fe)
E-mail: pitu_rsz@hotmail.com

BREVE HISTORIA DE UNA PAREJA DE INMIGRANTES ITALIANOS


Giuseppe, José o Don José, como fue llamado mas tarde, casado con Sesta, Sestina o Doña Sexta, en fechas distintas debieron dejar a sus padres, hermanos demás familiares, amigos y a su querida tierra europea para emigrar a América.
El padre de José en un momento dado, le dijo que debía partir a la Argentina para probar un futuro mejor. Además los alimentos que producían en su pequeño terruño ya no alcanzaban para alimentar una familia cercana a las 10 personas. Posteriormente, varias de ellas también emigraron.
Con apenas 17 años, José partió hacia Buenos Aires, a mediados de la primera década de 1900, donde, al llegar, ingresó al “Hotel de Inmigrantes”.
Su primer trabajo fue en el puerto, pero como él estaba acostumbrado a trabajar la tierra desde chico, decidió tomar rumbo hacia el campo y se dirigió al centro del país.
Se hizo ducho en el manejo de las pesadas máquinas trilladoras de la época. Aquellas con enormes motores a vapor que impulsaban los equipos para la trilla de numerosas parvas de trigo y lino.
A medida que iba ganando un dinero, enviaba parte de sus ganancias a sus padres y hermanas para aliviar su situación económica.
Decidió afincarse en la zona recorrida, eligiendo el centro sur del Dpto. Marcos Juárez, donde alquiló una pequeña chacra.
Tuvo que luchar como todos, contra las inclemencias del tiempo y las nubes de las voraces langostas. Pero, a pesar de todas las adversidades, salió adelante y con otra parte de sus ahorros pudo volver a Italia, para visitar a su familia.
La casa de sus padres estaba en un pueblito vecino a Macerata, pero él se dirigió primero a Torino para comprar un auto FIAT 0 Km., modelo 1927, y así darles la sorpresa de llegar al pueblo manejando el nuevo vehículo. Ellos no dudarían entonces, de que realmente había comenzado a progresar como lo habían soñado miles de inmigrantes que salieron de Europa en esa época. El Fiat fue la admiración de sus padres y hermanos a quienes paseó por todo el pueblo.
No tardó en decidir la vuelta a su chacra donde lo esperaba su socio, pero antes de salir de Génova, embarca su “joya”: su nuevo Fiat de Torino.
Mientras tanto, en el penúltimo viaje del Principessa Mafalda, llegó de Italia una ragazza, Sesta, con menos de 20 años. Era de San Giusto, también zona de Macerata. Aquí se conoció con José, y luego de un corto noviazgo, se casaron. En el transcurso de sólo cuatro años, llegaron tres hijos, cuyas fotografías fueron enviadas a Italia con orgullo, para compartir la alegría con todos los familiares y amigos.
Como la mayoría de los inmigrantes, su joven esposa conocía lo que era trabajar el campo y atender la casa, por lo que lo acompañó muy de cerca en esos primeros años que fueron los más duros y difíciles de su vida, afrontando una larga crisis mundial desde 1929
Doña Sexta siempre contaba que durante su travesía con el “Mafalda”, más de una vez la nave debió detenerse en altamar o en algún puerto para ser reparada, produciendo el lógico temor en el pasaje. No tardó en ocurrir lo temido, el hundimiento del barco en el siguiente viaje, yendo al fondo del mar con mucha gente.
Mientras los hijos crecían, 5 en total, debían cumplir con la escuela de la pequeña localidad vecina y en la chacra también cumplían con las tareas que sus padres les enseñaban a realizar. De esta manera, todos colaboraban en mayor o menor medida, de acuerdo a su edad.
Además de asegurar los estudios primarios de los hijos, sus padres no descuidaron la posibilidad de que alguno de ellos continuara con estudios superiores para lograr poder decir:”M´hijo el Doctor”. Otros, más apegados al campo, decidieron estudiar Agronomía y junto con los campesinos, comenzaron los pequeños cambios.
Los inmigrantes, que vinieron a “hacerse la América” en realidad contribuyeron a “hacer grande también la Argentina”, porque sus descendientes continuaron agregando cada vez más y más tecnología a los sistemas de producción agropecuaria e industrial.
Esto demuestra cuánto se ha avanzado desde que las cosechas se levantaban más con la ayuda de los propios brazos que con las máquinas de la época... La siembra directa argentina lo dice todo cuando se hacen comparaciones y trasciende la notable evolución y las sorpresas que traen nostalgias y alegrías.
Así fue la vida de los jóvenes inmigrantes de distintos países que lograron la ilusión de llegar a América y que se ha repetido en miles de familias argentinas.

Por Evito Tombetta / Marcos Juárez (Córdoba)
E-mail: eetombetta@coyspu.com.ar

MARIA Y GIUSEPPE


Pañuelos blancos se agitan al viento, la sirena del navío anuncia la partida. Apretujones, llantos, gritos de júbilo, nombres: ¡María, Giuseppe! ¡Te quiero Amor! ¡Hasta pronto, suerte, que Dios los bendiga!... y un sinfín de frases más; son el folklore en tierra: mientras que en la cubierta ocurre algo similar; los que se van, los que se quedan, solamente unidos por la pesada cadena y el humo del barco que ya zarpó, dejando una estela de agua salada y una bruma de humo negro.
Barco de inmigrantes: esperanza compartida, sueños de juventud, de refugiados, polizontes, escapados de la guerra; todos en busca de nuevas tierras, de una vida distinta. Los mayores sueñan con la Paz, los jóvenes con aventuras, los enamorados como María y Giuseppe, con la luna de cristal y las estrellas de oro.
El cielo y el mar se juntan en un punto indefinido, azul, inmensamente azul, que los ojos de los inmigrantes no ven, para ellos todo es color de tierra, marrones y verdes: naturaleza, playas cálidas, tierras fértiles para trabajar libres, para hacer “la América”. Sólo quieren escuchar el canto de las aves, nunca más, el estrépito de los cañones, las ametralladoras, cambiar la muerte, el horror, por una vida digna.
María y Giuseppe, sus sueños se cumplirán como los de muchos, en diferentes lugares, en libertad, en paz, solo así podrán ver la luna de cristal y las estrellas de oro.

Por Gerardo Stacchiotti / Villada (Santa Fe)
E-mail: gerastacchiotti@hotmail.com

INVERSIONES Y CAJAS DE SEGURIDAD


María bajó del barco crujiente. Sintió alivio. El viaje tortuoso la había agotado. El agua del puerto se veía negra, el puerto era gris y a pesar de su entusiasmo todo se obstinaba en presentarse ensombrecido.
Ya en el Hotel de Inmigrantes con su puerta enorme, que parecía tragar a todo el que pasara bajo su arco, los hicieron sentar frente a largas mesas de un color plomizo. Le sirvieron el producto de una ebullición verde. Lo bebió con desgano. Pensó que le daban el agua del hervor de la acelga. Después supo que era mate cocido.
Su marido, Bruto, no dijo nada hasta que carraspeó “Solo ce la miseria”
Pasaron años de angustia y lograron tener unos ahorros. Un día Bruto los gastó. Ante el asombro y la admiración de su familia y de los parroquianos, compró una maquinita para fabricar papel moneda. ¿A quien se le habría ocurrido semejante inversión? Lo único que se necesitaba era hacer girar dos rodillos y ver emerge los billetes.
A Bruto le había costado mucho, pero, la cosa valía la pena. Estaba satisfecho y se frotaba las manos alborozado. Habituado a la economía y a la mesura no quería abusar y la usaba de vez en cuando. En esa adquisición había gastado todos sus ahorros. Pensaba imprimir los billetes de a poco para recuperar el gasto. Decidió hacerlo en un día lluvioso. De pronto, comenzó a temblar, un sudor frío le corrió por la sien. Le pareció que no podía ser real y probó nuevamente. Lo hizo otra vez y varias más. Desesperado, vio que lo único que emergía era papel de diario.
Parte del sudor se frenó sobre sus cejas. No había reembolsado ni el 5 % de lo que había gastado en ese aparato y ahora... ya ni siquiera sacaba trozos de papel que al menos, podría utilizar para cualquier emergencia.
En cambio, Elvio guardaba lo suyo en una caja de betún. Con la alegría de un niño la sacudía y escuchaba el sonido estridente que producían las monedas. No se desprendía de su tesoro.
Un día, fue a arar el potrero. Puso la caja en el bolsillo y salió corriendo para hacer la tarea. Al final de la jornada desató los caballos y cansado, enloquecido por los mosquitos encendió una fogata a la que le agregó ramas verdes para que el humo protegiera a los animales de estos insectos.
Luego, fue a bañarse en la pileta donde bebían los equinos. Cuando se desabrochó el cinto tuvo un presentimiento. Palpó sus costados y notó que había perdido la caja de lata donde tenía depositado todo lo que ahorrado. Por mucho tiempo, cada vez que podía, recorría incansable los surcos buscando su tesoro perdido. Nunca agotó la esperanza y a menudo sus ojos febriles recorrían la campaña tratando de encontrarla. Toda la población se mofó de él.
El enigma de todos, se centraba en encontrar un espacio ingenioso para que nadie sustrajera el menguado caudal durante la hora de trabajo en el campo. Ana pensó que el mejor era debajo de la chata. Sugirió la idea a su marido y a éste le pareció plausible la ocurrencia. La pareja atornilló debajo de un travesaño una caja de lata de tabaco. Dentro de la misma guardaron la magra riqueza que constituía su enjuto patrimonio y la cerraron herméticamente asegurándola con un gancho que le anexaron. Así la pequeña fortuna anduvo recorriendo caminos, balanceándose entre profundas huellas, sintiendo pegotearse el barro cuando en alguna zanja se encajaba el carruaje.
Tiempo después, los billetes sintieron el aroma del alfalfa. Desde una pequeña rendija de la lata pudieron visualizar los colores esmaltados de las mariposas, de las campanillas azules entremezcladas con la de los nabos, las corolas celestes de la verdura amarga... Un día entre los días, en una explosión de alegría se abrió el recipiente y el dinero empujado por el viento salió a recorrer caminos.
Cuando ella regresó a la chacra y vio que la caja se había abierto. El cielo escupió las primeras gotas de una lluvia torrencial sobre su rostro. Un sudor frío le recorrió las entrañas. El viento comenzó a arreciar helado. Se resguardó debajo del alero y desde lejos volvió a ver que la caja, de un golpe había vomitado todos sus esfuerzos.

Por Hilda Augusta Schiavoni / Inriville (Córdoba, Argentina)
E-mail: joseschiavoni@hotmail.com

VIVENCIAS DE INMIGRANTES


(El texto será cargado próximamente).

Por Ofelia Rafanelli de Moriena / Arequito (Santa Fe)

DE GISSI A PÉREZ


Se habían aquietado las bombas de la segunda guerra mundial cuando nací: el 9 de mayo de 1945, en un pueblecito de montaña de nombre Gissi, situado en la región del Abruzzo, en Italia. En 1948, mis padres, Irma y Juan, con solamente lo que llevaban puesto, la sólida cultura del trabajo y escapando de la miseria, con deseos de buscar un futuro mejor para su pequeño hijo, se despidieron para siempre de sus familiares. Embarcamos en Nápoles y navegamos durante 30 días, para llegar a la Argentina, “la tierra prometida”.
Así, recalamos en un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe, sobre la ruta nacional 33, pegado a Rosario, en aquel entonces, con escasos seis mil habitantes. Este pueblito, que se desarrolló alrededor de la estación ferroviaria, se había gestado por 1886, sin fecha fundacional cierta, era Pérez.
Al llegar en tren desde Rosario, nos instalamos a escasos metros de la estación, en la casa del capataz de los “catangos”, esos abnegados obreros que surcaban las vías, en las simpáticas zorritas, soportando las inclemencias del tiempo, para que las paralelas de hierro, estén siempre en óptimas condiciones.
Argentina es mi país y Pérez “mi pueblo”, que en este relato denominaré “nuestro pueblo”, porque lo quiero compartir con todos aquellos que de una forma u otra escribieron la historia chica de este querido terruño.
A mediados del siglo pasado la inmigración europea, fue importante en nuestro país, y se agrupaban en los distintos pueblos, conjugándose en agrupaciones de diversos países, incluso de regiones de cada uno de ellos, porque venían con “carta de llamada” de sus coterráneos.
Era llamativo ver a las distintas colectividades con su tradicionales trajes, y exponiendo con orgullo sus costumbres, música, bailes y comidas.
Quisiera nombrar a todos esos hombres y mujeres, que con sacrificio, forjaron un futuro promisorio para sus hijos. Sabrán disculpar la omisión, pero el espacio y la memoria no me lo permiten.
Una postal de esa época eran las polvorientas calles de tierra, el regador pasando…y detrás, una hermosa pincelada de mariposas multicolores. Las zanjas y el coro de ranas, después de las lluvias. Las noches de verano pateando sapos bajo el farol de la plaza San Martín.
Los cines Sociedad Italiana y Gloria, que no fueron demolidos, como en “Cinema Paradiso”, pero igualmente nos llenan de nostalgia, porque sus proyectoras han enmudecido.
Los gigantes talleres ferroviarios “Gorton” (hoy dormidos) contaban con más de 3000 obreros.
Muchos venían de Rosario, y con el tiempo sacaron ciudadanía de “perecinos”. Los “nuestros”, formaban
verdaderos enjambres de “hombres de azul” (por su emblemática vestimenta) en bicicletas, trasladándose
por el “camino de la chapera”, para entrar por el portón dos, a los talleres.
Los trenes, con sus horarios tradicionales y puntuales, como el de la siete menos diez, que venía de Cruz Alta, en el que se alimentaron muchas amistades y nacieron noviazgos, muchos de los cuales terminaron en matrimonios .Otra de las razones para afirmar que “nuestro pueblo” y los perecinos tenemos raíces ferroviarias.
Las quintas que bordeaban al pueblo, conducidas en su mayoría por inmigrantes abastecían al Mercado de Productores de Frutas y Hortalizas, generando mano de obra, e instalando la figura del “mediero”. La gran cantidad de invernáculos, totalmente de vidrio y marcos de madera, en un número importante de jardines, daban vida a hermosas, coloridas y perfumadas variedad de especies de flores. Por la labor de esos esforzados floricultores fuimos merecedores de de una importante distinción a nivel provincial.
En nombre del progreso, fuimos abandonando, las tranquilas tardecitas pueblerinas, con sus plácidas siestas y nos convertimos en Ciudad de Pérez.
La calidad de vida ha mejorado, pues hoy tenemos cosas que eran impensadas en ese momento. Pero los duendes de la nostalgia, revolotean sobres nuestras cabezas y de vez en cuando nos ponen la película de “nuestro pueblo”, que estoy seguro es similar a tantos otros, como el suyo, o el mío, el pueblito italiano de Gissi, donde yo nací.
Hoy, la Ciudad de Pérez es Capital Provincial de la Flor… y yo me siento orgulloso de pertenecer a “nuestro pueblo”.

Por Antonio L. Ottaviano / Pérez (Santa Fe, Argentina)
E-mail: antonioottaviano@hotmail.com

DON VITTORIO MONETA


(El texto será cargado próximamente).

Por María del Carmen Moneta / Arequito (Santa Fe)

HISTORIA DE LOS INMIGRANTES


Me remitiré brevemente a la historia de Nicolás Milatich, quien fuese mi abuelo paterno y tuvo por esposa a Juana Makianich.
Nicolás nació en l871 en Svirce, Isla de Hvar, Croacia .
Entró al país el 9 de abril de l896, fecha de llegada a Buenos Aires.
El motivo de su partida fue la pobreza y dificultades con el cultivo de la vid, con bajo precio del vino y apertura de las fronteras con Italia, permitiendo que el producto italiano se comercializara en toda Europa a buen precio, logrando grandes ventas y rebajando el valor del vino croata.
Se estableció inicialmente en Los Molinos, Santa Fe, como peón de campo de una familia de su mismo apellido, permaneciendo uno o dos años en el lugar. El segundo trabajo lo logró en Carmen del Sauce; allí avisó a su prometida que viajara desde Europa y contrajeron matrimonio en el año 1900. Se dijo por relatos que aquella unión civil se efectuó al borde de un carro o chata, sobre cajones que hacían de escritorio.
El primer hijo nació en l901 cuando ya se habían trasladado a Fuentes. Fueron nueve en total; dos fallecidos. Eran seis mujeres y tres varones, el último nació en 1919.
Gracias al Señor Fuentes, quien les facilitó un crédito, adquirieron en 1903 un campo en Arequito. La compra la efectuó con su primo Makianich, quien había viajado en primera instancia desde Europa, acompañándolo allá por 1896.
Una anécdota interesante es la llegada a Arequito desde Fuentes. La primera parada la hicieron en el Hotel Botto, conduciendo una chata tiradas por bueyes, una yegua y una perra, la cual retornó inmediatamente al punto de salida, Fuentes. Toda una preocupación, así que alguien viajó al lugar para retornarla.
Eran 160 hectáreas, había espinillos, avestruces, vizcachas, mulitas; limpiaron, sacaron arbustos y así emparon. Construyeron un rancho de adobe, plantaron higos peras, aunque antes de esto, fueron eucaliptus -hoy existentes y ya centenarios-, también varias plantas de granadas, un árbol muy preciado por los croatas.
Debo aclarar que se los llamaba austriacos sin acento en la i, y por aquel entonces, había algo de discriminación, ya que había mayoría italiana y española.
El abuelo sabía hablar alemán por haber asistido a escuela del régimen austro húngaro y haber hecho su servicio militar bajo la dominación austríaca, manejando así el idioma. Por otra parte, conocía también algo de italiano.
La prosperidad y el gran esfuerzo realizado le permitieron la construcción en 1912 de una casona hoy existente.
Las cosas estaban bien en nuestra patria, razón por lo cual, con ahorros, viajó a Hvar, Croacia, a ver a sus padres, junto al Señor Destéfanis, quien vivía en Arequito y se dirigía a Italia. Era el año 1914.
Al cruzar la plaza de su pueblo Svirce, se encontró con sus padres, que montados en burro iban a misa. El los saludó diciéndole a su papá que era su hijo, ya que no lo reconocieron inmediatamente. Los padres bajaron del burro, lloraron y lo abrazaron. Habían pasado 18 años y su imagen había cambiado totalmente.
Es así que lo invitaron a subir al burro como gesto de atención y retornaron al hogar.
En verdad no sé cuánto tiempo estuvo con ellos, pero inmediatamente estalló la primera guerra mundial y él estaba en condiciones de prestar servicio militar, por lo que decidió volver a América. Antes de partir en su casa paterna, derribó una puerta, ya que sus padres querían retenerlo. Escapó con la mente puesta en su mujer e hijos que en Arequito lo esperaban.
Contaba mi padre que las balas le silbaban sobre su cabeza, ya cruzando la frontera le gritaron “alto tudesku” (creo que tal palabra significaba alemán) Se detuvo, habló en alemán, entregó monedas y continuó su huida, dejando monedas y comunicándose en dicho idioma hasta embarcarse. A fin de que nadie reparara en él, pidió ser fogonero en la embarcación junto a otros, manchándose el rostro con hollín a efectos de no ser reconocido y por el temor que experimentaba.
Fue así que llegó a Buenos Aires sin dinero y avisó que lo fueran a buscar.
A Arequito habían llegado anónimos y cartas que informaban que él había fallecido; esto lo recuerdo de los relatos de mi padre.
A Buenos Aires viajó su primo Makianich y su propio hijo mayor, que ya contaba 13 o 14 años. Cuando arribó a Arequito varios paisanos con un Breck viajaron desde el campo al pueblo y finalmente fue recibido con tremenda alegría.
Luego de muchos años, allá por 1947, se descompensó riendo sentado en un sillón. El corazón había claudicado. Días después, una noche de reyes, murió finalmente.
Nicola, como le decían, era una persona de gran fortaleza física. Esto lo decía mi padre y un paisano, Miguel Vidosevich, contaba que abrazaba las bordalezas de vino y las bajaba de la chata.
Se cuenta que cuando un peón fallecía y no disponía de dinero para el carruaje, él se ofrecía y lo trasladaba en el Breck.
Otra anécdota es la referida a un hombre fallecido que el sacerdote quiso bendecir sin que entrara en la parroquia, pero un imperativo de Nicola con voz firme, ordenó al religioso que hiciera entrar al muerto. La condición de pobreza a veces era motivo que esto sucediera, pero esa vez su intervención pudo más.
Hoy sus restos yacen junto a los de su esposa en el panteón familiar de nuestra localidad.

Por Fernando Jorge Milatich / Arequito (Santa Fe)
E-mail: fereslavo@hotmail.com

PALOMA, PERSONAJE DE NUESTRA CIUDAD


Héctor Orlando Ludueña comentó anécdotas de Hugo Vergara, conocido como Paloma o Palome, un verdadero personaje popular allá por los años de la década de 1970, que ha quedado en la memoria colectiva de los casildenses. Se refirió a pasajes del libro de su autoría llamado “Paloma, personaje de nuestra ciudad”. Vergara, ya fallecido, dejó un prolífico anecdotario. Era cantante, músico y ocurrente.

Por Héctor Orlando Ludueña / Casilda (Santa Fe)

REENCUENTROS EN GUERRA


Habían llegado al país con el comienzo del nuevo siglo. Llegaron justo para festejar los seis años del Luis y el reencuentro de la familia en las nuevas tierras. Años de sufrimientos y pesares llevaron a Don Tomás a tomar la difícil decisión de partir solo, dejando todo para hacerse la América. Tomó los últimos ahorros del abuelo Pascual y con un profundo dolor en el alma partió. ¿Qué había hecho mal? Se preguntaba una y otra vez. Dejó su mujer, sus hijos, su madre y su padre, la familia, los amigos, su cultura; en fin, la vida en su país. Pasaron hambre y muchas penurias antes de volver a tener noticias de don Tomás.
Casi un año después llegó la primera carta y algo de dinero que no mejoró mucho la situación de la familia, pero le devolvió la sonrisa a mamá. Después de esa primera carta no pasaron más de cinco o seis cartas más y llegó el dinero para que toda la familia pueda reunirse.
Cuando llegaron, don Tomás los fue a esperar a Buenos Aires. Para don Tomás y don Pascual fue el momento más feliz de la vida: el reencuentro. Estaban tristes por dejar su pueblo y contentos de encontrar un futuro que ya no tenían. El Luis, no sabía leer ni escribir, sólo hablaba uno de los tantos dialectos que se hablan en su país de origen. Acá aprendió a hablar el castellano y a escribirlo, creció entre nosotros, tuvo amigos, trabajó y aprendió a querer estas tierras como si fueran suya, al pueblo y a la gente. Aprendió a tomar mate y a vestirse de gaucho, a enlazar y a montar en pelo. Pasaron años buenos, años malos; de mucha lluvia y de seca; muy fríos o muy calurosos. Pasó un poco de todo, pero lo más importante es que siempre la familia permaneció unida. Habían encontrado una nueva vida. Con mucho trabajo y sacrificio lograron empezar de nuevo.
Don Tomás decía que sus mejores recuerdos eran de acá, y el Luis decía que todos sus recuerdos eran de acá. No tenía recuerdos del lugar donde nació. Tal vez si tenía uno, el mal recuerdo de la cara de preocupación de sus mayores cuando no tenían nada para comer o la cara de tristeza de la nona el día que el padre partió.
Comenzaba el año catorce. En ese año el Luis cumplía sus primeros veinte años y catorce en Arequito. Los europeos comenzaron a preocuparse por lo que pasaba allá lejos y, desgraciadamente, los peores miedos se confirmaron. En junio de mil novecientos catorce llegó la tan temida guerra. Todos los inmigrantes no hablaban de otra cosa, leían las noticias que llegaban en diarios o comentaban las de los parientes. Casi todos querían ir a la guerra, desde el hablar cotidiano estaban con su país. A pesar de las cosas que tienen en común, los croatas y los serbios se miraban peor que nunca. Algunos argentinos pidieron que no traigan los problemas de allá a acá, pero cada uno en el fondo tenía su sentir nacionalista. A algunos hijos de inmigrantes los llamaron para volver a pelear por el país, ése mismo que años antes los había echado.
Con la guerra en Europa, al país le llegó la crisis. Ese año la navidad no iba a ser una gran fiesta, la situación se puso dura y pronto empezó a faltar trabajo.
Una calurosa mañana de enero llegó la carta fatal a la casa de don Tomás. El país pedía que el Luis se incorpore al ejército del Rey. La abuela y la mamá lloraron una semana sin parar. El abuelo Pascual y papá Tomás no lo dudaron, la familia no podía dejar de ayudar a la patria. Todos los amigos quedamos aterrados, sin entender demasiado que pasaba, porque el Luis se iba a la guerra.
Entre llantos y tristeza comenzaron los preparativos del viaje del Luis. El grupo de amigos empezó una colecta para juntar unos mangos para que su viaje no sea tan duro. El abuelo le regaló una gran valija de cuero, herencia de su padre. Don Tomás le regaló un reloj de bolsillo. Los amigos del padre hicieron un gran asado y juntaron más plata.
El itinerario era simple. Salida de la estación del pueblo hasta Rosario, ahí los del consulado le daban el pasaje a Retiro, y en Buenos Aires la gente de la embajada lo llevaba hasta la fragata que lo conducía a Europa. Dieciséis días de viaje de ultramar para llegar a puerto, y de ahí, al cuartel donde se tenía que presentar.
Todo el pueblo lo fue a despedir, cientos de personas se reunieron en la estación, familiares, amigos y muchos curiosos. El momento en que llegó el tren fue muy triste; las mujeres lloraban y los hombres lo saludaban por su coraje; una niña lloró sola en un rincón y los amigos temíamos no volverlo a ver. Muchos teníamos algún familiar que contaba historias de guerra y esas historias no eran buenas, como las del vasco Andrés en Marruecos o las guerras Carlistas. A la hora exacta el Luis subió al tren, miró a la gente, saludó con timidez y entró al vagón. El grito de las mujeres tapó el silbato del tren. Luego, hubo un silencio aterrador y cuando el tren comenzó a moverse los hombres comenzaron a aplaudir. Todos saltaron a las vías y saludaron al tren que se alejaba. Nadie se movió hasta que desapareció en el horizonte, solo se veían ojos llorosos y caras tristes.
Estar tan lejos y no poder escapar a las obligaciones con el país..., si no iba, nunca más podría volver a su país. Además, la vergüenza para los viejos, la familia, los compatriotas. Todos los hombres de la familia habían ido a la guerra.
El tren partió al mediodía. Cuando la familia llegó a la chacra casi no comieron, se reunieron de la misma manera que lo hacemos luego de un entierro, todos en silencio. Al atardecer todos los amigos fuimos a hacer compañía a la familia del Luis. Estábamos todos muy tristes. Don Tomás miró a su padre y le dijo: “Debe estar llegando al puerto”. Y escuchamos la voz del Luis que dijo entrando a la casa: “¡No, estoy llegando a casa! Desde que salió el tren, me puse a pensar en esta tierra, la familia, mis amigos, la Rosita, y me dije, esto no es para mí. Ya no recuerdo el idioma, yo soy de acá. Cuando llegamos a Casilda no lo dudé. Agarré mis cosas y bajé. A las cinco de la tarde tomé el tren que venía para acá y al llegar a la estación me vine caminando despacio. Todo el viaje estuve pensando en qué les iba a decir y no se me ocurrió nada. Solo que soy de acá”.
Don Tomás quiso enojarse pero don Pascual se adelantó y dijo: “¡Bienvenido hijo mío!” A esa altura la abuela y la mamá del Luis destaparon un par de botellas de sidra y empezó la fiesta. Tomamos hasta la madrugada. La mamá de Luis dijo: “Mañana, devolveremos los regalos y la plata para el viaje”.

Por Juan Alberto Larrambebere / Arequito (Santa Fe)
E-mail: juanchil@hotmail.com