25 ene 2009

A LA MEMORIA DE MI PADRE Y SU FAMILIA

Intento plasmar en estas páginas, historias de vida que recuerdo haber escuchado una y otra vez, cuando era chica, cada vez que se reunía la familia y rememoraban su llegada a América.
En Italia, el estado de guerra y la miseria los hacía pensar en irse lejos a buscar nuevos horizontes.
Mi abuelo paterno enviudó, quedando con un hijo de 2 años. Más tarde contrajo enlace con Marieta, quien lo crió como si fuera suyo, y vinieron los propios.
Muchos murieron, y otros los menos, se criaron y crecieron en aquella lejana Romania, región serrana de Italia que siempre estuvo en los recuerdos de mi papá, quien soñaba con volver a verla alguna vez y no pudo ser.
El primero en arribar a estas tierras fue el mayor de los hermanos, aquel cuya madre había muerto. Se afincó en este lugar por tener primos que trabajaban en el campo.
Como aparentemente las cosas iban bien, se vino mi abuelo, quien realizo cuatro viajes, trayendo en el cuarto a toda su familia.
Es así como en la primavera de 1925 atraca en el puerto de Buenos Aires “La Taormina”, barco de segunda clase, que luego de muchos días de navegación lenta llegó a destino.
La ciudad debe haberles parecido, quien sabe que!..... La cuestión es que bajan del barco enfundados en lana, mientras aquí el calor era abrasador. Su aspecto movía a risa de los porteños que caminaban por esas horas, y más aún cuando, portando inmensos baúles de madero, uno de cada extremo, ocupaban toda la vereda.
En tren llegaron a Berabevú. Aquellos primos lejanos, les prestaron un galpón para vivir debiendo cocinar a la intemperie.
Recuerdo oír hablar a mi abuela, muy bien de aquella mujer que la atendió, la ayudó y cuidó amablemente. Mi abuela no estaba bien, débil, mal alimentada, muchos embarazos, mucho trabajo y el largo viaje no la había dejado bien. Además amamantaba a la más pequeña de dos meses.
Los primeros tiempos fueron muy duros, la miseria, el cambio de vida, el idioma…
Todos se fueron a juntar maíz, hombres, mujeres y niños. Arrastraban pesadas maletas en las que ponían las espigas de maíz que iban descolando a medida que avanzaban por los surcos. Los más chiquitos eran llevados también, solo hacían travesuras y jugaban.
La paga eran escasos centavos por bolsa. No todos los patrones tenían un buen trato con los peones.
Así de sol a sol. Luego de una cena escasa, con cebollas revueltas con huevo o hígado que los carniceros regalaban, en una sartén, de la comían todos, apurados, antes de que retirara la luz del día. Desmayados de sueño y cansancio se iban a dormir.
Creo que no hay palabras que puedan explicar con certeza, el sacrificio y las penurias que vivieron en aquellos primeros años. El nono era el primero en levantarse, de madrugada y sin luz se afeitaba con navaja. Una mañana limpió su navaja con un papel que encontró. Más tarde con el mismo papel envolvían un pedazo de queso y dulce de membrillo que llevaban para comer en el campo.
A la hora de comer, descubrieron el dulce lleno de pelos y con gusto a jabón. Lo limpiaron un poco y lo comieron igual, el hambre se sentía y no había otra cosa.
El trabajo duro los hizo fuertes y aguerridos a pesar de sur aún adolescentes.
De ir a la escuela, ni hablar, había que trabajar para subsistir. Los más grandes fueron a la escuela La Piamontesa (actual Godeken), solo algunos meses, no obstante aprendieron a leer y a escribir. Mezclaban los idiomas y eran objetos de bromas y cargadas de sus compañeros. Les alcanzó para defenderse en la vida. A mi papá le hubiera encantado saber más, ir más tiempo a la escuela, estudiar…
Los más chicos, tuvieron más oportunidad, pero no la aprovecharon demasiado.
Pasaron los días, los meses y los años y la mayor de los hermanos, se empleo como sirvienta. No eras un trabajo muy digno, no la trataban bien, sobre todo los hombres de la casa. Era bastante esclava. Además tenía que soportar las burlas de los jovencitos y jovencitas, que se reían de su ignorancia, de su forma de vestir y de su manera “gringa” de hablar.
De todos modos ella decía haber aprendido mucho de todos para quienes trabajó. También los varones cambiaron de trabajo y consiguieron emplearse en criaderos de cerdos y estancias.
Gracias al empeño de todos, alquilaron una casa, hasta que pudieron hacerse una, precaria pero propia.
Los peones que se ocupaban en las estancias eran de diferentes orígenes. Así se reunían criollos e inmigrantes de diferentes lugares de Europa.
La convivencia daba lugar a las más insólitas situaciones, algunas se tornaban dramáticas y otras muy di vertidas.
En general los “gringos” no confiaban en los negros y viceversa. Sin embargo, entre algunos se crearon lazos de amistad que perduraron en el tiempo.-Dormían todos juntos, por lo que en muchas noches se originaban largas charlas entre los más jóvenes:
* Contaban chistes o se hacían bromas
* Organizaban, para el otro día, alguna carrera cuadrera, con apostadores, por supuesto a escondidas del patrón.
* Se escapaban con el sulky a ver alguna noviecita.
* Contaban historias de aparecidos, luz mala o jinetes que vagaban por los campos o caminos rurales.
Casi siempre terminaban con algún botinazo en la cabeza, que arrojaba algún mayor que dormía.
Mi papá era muy inteligente, observador y se relacionaba fácilmente con todo el mundo, tenía sus picardías, era muy alegre y ocurrente. Aprendió muchísimo, de la gente e hizo muchos amigos, Era muy hábil en entrador y se hizo querer por sus patrones, aún aquellos a quienes se los consideraba los más jodidos. Su ingenio lo llevaba a comprarse la confianza de los demás.
El llevaba en gran parte el timón de la familia ya que el abuelo, con su inclinación al tinto, se embriagaba y tornaba totalmente vulnerable e inofensivo.
De día, éste, hacía la huerta y luego salía vender el fruto de la misma, (verdura, semillas), luego pasaba por el boliche, se jugaba alguna partida, se tomaba sus buenos vinos y volvía a casa tambaleante, cantando interminables canciones en italiano.
Al llegar lo esperaba mi abuela, con reproches y un rosario de palabrotas (en italiano), él se iba a dormir y la dejaba rezongando.
Yo lo amaba, murió, cuando yo tenía 14 años. Tengo tantos recuerdos de mi niñez a su lado, que se me humedecen los ojos al escribir este párrafo.
Hay cientos de anécdotas que podría escribir, pro llevaría mucho tiempo y espacio.
Para finalizar quiero decir que le dieron a esta tierra todo, su esfuerzo, su sudor, sus lágrimas, su trabajo, su vida, Aquí formaron sus familias, progresaron, consiguieron su chacra propia, en fin, este fue su lugar en el mundo y a pesar de que nunca olvidaron su Italia natal, ni cambiaron su nacionalidad, siempre se sintieron argentinos.

Por María Agustina Giulli de Véliz / Berabevú (Santa Fe)