25 ene 2009

TULLIO AGENO. UNA HISTORIA ENTRE TANTAS...

Cuando era pequeña, no me daba cuenta de tener un apellido italiano, ni siquiera pensaba en mis orígenes. Solamente sabía que mi papá había nacido en Italia y que allá tenía una abuela y dos tíos. A mi abuelo no lo conocí porque murió antes que yo naciera.
Mi papá, Tullio Ageno, no contaba demasiado sobre su familia, quizás porque para él era doloroso recordar, quizás porque yo no preguntaba… Ahora lamento tanto no haberlo hecho, hay tantas cosas que quisiera saber… Pero sí recuerdo que a menudo hablaba de las bellezas de su querida Riviera; nombraba a Portofino, Camogli, Santa Margherita Ligure y otros lugares que frecuentaba cuando vivía en Italia.
Nació en Recco, provincia de Genova, el 26 de octubre de 1908. Tenía dos hermanos menores: Caterina y Giuseppe.
La historia comenzó en 1891 cuando su tío abuelo Pasquale Aste, emigró a Argentina. No sé si podría decir a “hacer la América”, ya que pertenecía a una familia que poseía astilleros en Recco y no tenía problemas económicos. Quizás fue el espíritu aventurero lo que lo impulsó a venir. Llegó a San Justo (Santa Fe) e inmediatamente instaló un negocio de “ramos generales”, “Aste, Delcanto y Cía”, comúnmente llamado “El Corralón”.
Algunos años después, mi abuelo Emanuele decidió emigrar para mejorar su situación económica y comenzó a trabajar en “El Corralón”. Dejó en Italia a su mujer y a sus tres hijos pequeños; mi papá tenía cinco años. Probablemente su intención, una vez “hecha la América” y haber hecho un poco de fortuna, era regresar a Italia o traer a su familia a San Justo. Pero a la América no la hizo nunca y mi abuela no vino jamás, quizás porque no tuvo el coraje para afrontar un desafío semejante o por la falta del dinero necesario para pagar el viaje… Esto nunca lo supe con certeza.
De lo que sí estoy segura, después de haber leído sus cartas, es que la vida para ella fue muy difícil y triste, con tres hijos pequeños, poco dinero, la guerra… Estas cartas, junto al pasaporte, los boletos de embarque, los boletines de la escuela, algunas fotos y otros recuerdos habían sido celosamente guardados dentro de una caja en un cajón de la cómoda. Las encontramos con mi hermana después que nuestro papá falleció, en 1986.
El abuelo, no queriendo o no pudiendo regresar, quizás para no admitir su propio fracaso, buscó otra mujer y se quedó en San Justo hasta su muerte, en el año 1946. Mi tía se enteró de ello por unos parientes, pero la abuela nunca lo supo. Su pensamiento fue siempre para su marido y luego para su hijo, que a los 16 años decidió también venir a San Justo.
Mi papá siempre contaba que mientras concurría a tercer año de la escuela secundaria, tuvo una discusión con su maestra, cuando regresó a su casa le dijo a su mamá que se iría a América…
Y así fue que partió el 31 de enero de 1924 en el vapor “Príncipe de Udine”. El primer día de viaje le tocó comer en una mesa con una familia. Como comían todos de la misma fuente y era un extraño no lo dejaron comer, entonces se fue a la panadería. Allí le dieron unos panes, luego el capitán habló con los marineros y no tuvo más problemas. Como la mayoría de los inmigrantes viajaba en tercera clase, en los camarotes dormían 50 personas, amontonados y con malos olores. Llegó al puerto de Buenos Aires el 19 de febrero, después de casi veinte días de viaje. Allí estaba su papá esperándolo, de quien no se acordaba mucho. Después lo llevó a Crespo donde había una sucursal del Corralón y comenzó a trabajar.
En 1927, regresó a Italia en el piróscafo “Duca d’Aosta” para hacer el servicio militar y permaneció allí hasta fines de 1930. En aquellos años, en Italia la situación era difícil y también por temor a una eventual guerra, de la cual ya se escuchaban rumores, decidió regresar definitivamente a San Justo. Él ya había vivido la Primera Guerra Mundial. Estaba en primer grado de la escuela primaria en Padova, en la casa de una tía. Su papá ya estaba en Argentina y a su mamá la habían operado. Con la voz entrecortada contaba que se iban a dormir vestidos y con los zapatos puestos y cómo corrían a los sótanos cuando escuchaban los aviones que venían a bombardear (Padova estaba a pocos kilómetros del frente de guerra).
En 1931, regresó en el piróscafo francés “Campana” y continuó trabajando en el “Corralón”. En 1938 se casó con mi mamá: María Aurora González, argentina (hija de uruguayos). Y en ese mismo año dejó de trabajar en “El Corralón”. Comenzó a encuadernar libros y a fabricar bolsitas de papel, oficio que había aprendido en su tierra natal. Tiempo después instaló una imprenta y continuó con ese trabajo hasta que se jubiló.
Lamentablemente, el dinero nunca fue suficiente para permitirle viajar a Italia y reencontrarse con su madre y sus hermanos. Finalmente, y después de casi 60 años logró retornar. La abuela María estaba todavía viva, pero tenía más de noventa años. Era como si estuviese esperando volver a verlo antes de morir…
Y así fue como nuestra familia fue desmembrada, y a veces me pregunto si valió la pena; habiendo causado esta separación tanto sufrimiento y tanto dolor.

Por Graciela Ageno / San Justo (Santa Fe)
E-mail: gracielaageno@hotmail.com