Así titularé a este relato (inspirado en la poesía de Felipe Olivera Moreno) para homenajear a este personaje ¡No de un lugar!, sino de toda la Pampa Gringa.
Culpable o no; sobre ellos caían la culpa de todo tipo de ilícitos que se llevaba a cabo en la campiña.
Al último de ellos los vi a mediados de la década de los 80, en una soleada y ventosa tarde de otoño y su estampa me recordaba a los que frecuentemente veía en los años 60.
Se presentó en casa sin su mono (bagaje), solo llevaba un tarrito de 5 litros de aceite comestible en la que llenó de agua recién sacada del pozo por el molino de viento.
Antes de beberla, se la hizo tomar en su propio jarrito a su perrito (un cuzco mestizo).
Pidió algo para comer y lo clásico: Yerba y azúcar. Luego de agradecer por lo que le hemos dado y tras un respetuoso saludo, se marchó hacia las vías.
“Me llenó de misterio no saber el porque de esa vida de errabundo y enseguida me vino a la mente la “Canción del Linyera” donde tan bien lo describió e inmortalizó Antonio Tormos”.
Al rato; vi alzarse una pequeña columna de humo en el terraplén de las vías y sigilosamente me fue acercando al lugar; pero no mucho pues su fiel guardián me delató. Emergió su cabeza por encima del canalón pero al no ver a nadie, volvió a desaparecer.
A la mañana siguiente volví a ver en el mismo lugar humo que se confundía con la niebla. Era señal que todavía estaba allí. Luego oí el silbato del tren que partía de Cruz Alta rumbo a Los Surgentes.
Sortear el gran repecho solía ser un desafío para un carguero; y esa mañana lo fue. Avances y retroceso para ir secando las vías. En todo esto veo a su silueta confundida con la niebla, subiéndose a un vagón con la compuerta entreabierta de la formación detenida.
Su estadía en ese lugar no debe haber sido al azar. Quizás su poder de observación lo hizo presentir que eso ocurriría.
Cuando el tren pudo avanzar, partió al que luego yo bauticé como: “El Último Croto. “
Sergio Bravi
Culpable o no; sobre ellos caían la culpa de todo tipo de ilícitos que se llevaba a cabo en la campiña.
Al último de ellos los vi a mediados de la década de los 80, en una soleada y ventosa tarde de otoño y su estampa me recordaba a los que frecuentemente veía en los años 60.
Se presentó en casa sin su mono (bagaje), solo llevaba un tarrito de 5 litros de aceite comestible en la que llenó de agua recién sacada del pozo por el molino de viento.
Antes de beberla, se la hizo tomar en su propio jarrito a su perrito (un cuzco mestizo).
Pidió algo para comer y lo clásico: Yerba y azúcar. Luego de agradecer por lo que le hemos dado y tras un respetuoso saludo, se marchó hacia las vías.
“Me llenó de misterio no saber el porque de esa vida de errabundo y enseguida me vino a la mente la “Canción del Linyera” donde tan bien lo describió e inmortalizó Antonio Tormos”.
Al rato; vi alzarse una pequeña columna de humo en el terraplén de las vías y sigilosamente me fue acercando al lugar; pero no mucho pues su fiel guardián me delató. Emergió su cabeza por encima del canalón pero al no ver a nadie, volvió a desaparecer.
A la mañana siguiente volví a ver en el mismo lugar humo que se confundía con la niebla. Era señal que todavía estaba allí. Luego oí el silbato del tren que partía de Cruz Alta rumbo a Los Surgentes.
Sortear el gran repecho solía ser un desafío para un carguero; y esa mañana lo fue. Avances y retroceso para ir secando las vías. En todo esto veo a su silueta confundida con la niebla, subiéndose a un vagón con la compuerta entreabierta de la formación detenida.
Su estadía en ese lugar no debe haber sido al azar. Quizás su poder de observación lo hizo presentir que eso ocurriría.
Cuando el tren pudo avanzar, partió al que luego yo bauticé como: “El Último Croto. “
Sergio Bravi