Toda mi infancia la pasé en el club, mi club, el club de mis padres y de mis abuelos, el club de mis vecinos y de mis amigos. El club que la sede del club está a dos cuadras de mi casa, ahí disfrutamos mucho del gimnasio, del folclore, del viejo cine y del bar, la cancha de fútbol nos quedaba un poco más lejos lo cual no nos impedía que la disfrutáramos también. Cuando cumplí mis ocho años aprendí a nadar en la recién construida pileta de natación.
De muy chico íbamos todos los domingos a la cancha, con mi padre, con mis hermanos, con mis primos, tíos y mi abuelo. Cuando jugaba de local y cuando jugaba de visitante. En partidos amistosos y cuando ganamos las finales y cuando perdíamos.
Tantos años, tantas fiestas y tantos partidos en el club me llevaron a conocer grandes personajes que amaban los colores del club como los amo yo, pero había uno que sobresalió del resto. Sobresalía por muchas razones, su juventud, su pasión inigualable, por su carisma, por la devoción hacia el club y también por ser polémico y charlatán. En el club le decían simplemente Bachana. Nunca supe porque.
Cuando cumplí los doce años llegó el momento de ficharnos en la liga, jugábamos en la séptima y él era nuestro director técnico con apenas veinte y tantos años.
Era más que un simple técnico de fútbol que se ocupa de las tácticas y ganar partidos. Era un maestro de la vida. Él nos hablaba de filosofía, de cine y de literatura. También hablaba de fútbol, nos daba clases magistrales de como jugó el San Lorenzo del TOTO, o como jugaba el River de la máquina, el Racing de José o el glorioso independiente del Hugo y el Bocha campeones de casi todo.
Era época de los campeonatos nacionales de fútbol, y con mucha pasión nos hacía imaginar que nuestro pequeño club de pueblo podía llegar a jugar el campeonato nacional de A.F.A. junto a los grandes y nosotros podríamos ser parte de la partida, siempre y cuando entrenásemos correctamente y viviésemos una vida sana. Y para los que no éramos buenos futbolistas nos hacía imaginar que podríamos conocer nuestro país acompañando al club. Un día jugaríamos en Buenos Aires, otro día con Juventud Antoniana en Salta, otro con Chaco For Ever, otro con Cipoletti, con Olimpo de Bahía Blanca, con San Martín de Mendoza o Tucumán, con Belgrano de Córdoba y seguía enumerando equipos de fútbol de todo el país. Nos hacía trabajar y entrenar para un proyecto de club soñado sólo por él. Nada es imposible, tenemos la obligación de soñar, nos decía.
Ese año jugué mi primer y único partido oficial de liga, fue un clásico y ganamos dos a cero, fue grandioso. El primer partido con todos los titulares habíamos perdido uno a cero en cancha de ellos y con los suplentes y nuestro técnico ganamos en casa.
A Bachana no lo conocíamos solo por ser el técnico de las divisiones inferiores del club, sino también porque él estaba siempre en el club, o en el bar, o en el gimnasio, o en la cancha o en cualquier actividad que desarrollaba el club y además de ser el técnico de todas las inferiores era el que ostentaba el título, que bien se había ganado, de jefe de la barra brava, o simplemente jefe de la hinchada, ya que él no era un tipo violento, tal vez lo parecía en su verborragia, y menos era de incitar a la violencia.
Una tarde de domingo jugamos en casa con un club de Chabás, habíamos empatado un partido de local, que teníamos que haber ganado por goleada. El árbitro no había estado en su mejor día y nuestros muchachos tampoco. Toda la hinchada enfurecida por la frustración del empate, con nuestros segundos peores enemigos y de local, rodeaba los vestuarios con ganas de hacer justicia con mano propia. Nuestros muchachos, como siempre, se fueron aplaudidos a pesar del mal resultado. Los contrincantes se habían retirado casi todos y nuestra comisión directiva trataba de salvar al referí, que había tenido el mejor día. En ese mismo momento de furia un matón de Chabás, provocó a toda la hinchada tratándonos de amargos y muchas cosas más.
La bronca contra el mal resultado, el árbitro, el equipo, ya que estaba la policía y el equipo contrario, recayó toda contra el gordo Candombe, creo que así le dicen. Los cinco o seis milicos no podían más con esa situación, casi trescientas personas querían desquitársela con el Gordo. La comisión había logrado sacar de la cancha al referí y algunos dirigentes del otro club sanos y salvos. Pero la hinchada estaba a punto de comerse crudo al Gordo, que en lugar de callarse la boca seguía discutiendo, reja y policías de por medio, con toda la hinchada local. Cuando la situación era insostenible y parecía que iba a explotar, en ese preciso momento, apareció Bachana para calmar los ánimos. Pegó un par de gritos y pidió a la gente que lo escuche, cosa que todo el mundo hizo. Propuso un par de posibilidades, la primera era que entremos y le rompamos la cabeza a palos; otra podía ser que lo dejemos encerrado en los vestuarios toda la noche, y un par cosas por el estilo, lo cual a lo único que iba a contribuir era que el gordo agrandara su fama de matón. Le íbamos a dar chapa de valiente y tal vez lo podíamos llegar a convertirlo en un mártir, y todo eso gratis. Nosotros no podíamos permitir eso, ese ser despreciable no se merecía nada, ni siquiera una buena manga de palos. Pidió a los hinchas que lo dejen pasar, cosa que hicieron. Pidió a la cana que le abran la reja diciendo que él garantizaba la integridad física del matón de pacotilla. Costó un poco convencer a los canas, pero lo hicieron. Una vez dentro, le pidió al matón que lo acompañara sin decir una palabra, que de esa manera no le iba a pasar nada. Estando él presente la gente no le iba a hacer ningún problema. Pidió a los policías que se queden en los vestuarios, a ellos no los podría proteger.
Tomó al gordo del brazo, salió de los vestuarios pidiendo a todo el mundo que no se acerque y comenzó a caminar hacia la puerta del estadio por un estrecho pasillo humano, que le había dejado la gente. Pasó frente al bufete y juntos caminaron hacia la salida. En la puerta misma de la cancha pidió a todos que se quedaran ahí, ninguna persona salió del estadio. Nadie podía creer lo que estaba pasando, ni siquiera los canas, Bachana llevando del brazo a Gordo Camdonbe, cruzó la calle y llegaron a donde el gordo tenía estacionado su auto. En el momento en que el tipo abrió la puerta y se volteó para ver a toda la gente, Bachana lo cachetea como al niño que se había portado mal, y termina diciendo: ¡qué sea la última vez que te reís de nosotros! El matón arrancó su auto y se fue bajo la mirada vigilante de Bachana y toda la hinchada.
Juan Alberto Larrambebere
De muy chico íbamos todos los domingos a la cancha, con mi padre, con mis hermanos, con mis primos, tíos y mi abuelo. Cuando jugaba de local y cuando jugaba de visitante. En partidos amistosos y cuando ganamos las finales y cuando perdíamos.
Tantos años, tantas fiestas y tantos partidos en el club me llevaron a conocer grandes personajes que amaban los colores del club como los amo yo, pero había uno que sobresalió del resto. Sobresalía por muchas razones, su juventud, su pasión inigualable, por su carisma, por la devoción hacia el club y también por ser polémico y charlatán. En el club le decían simplemente Bachana. Nunca supe porque.
Cuando cumplí los doce años llegó el momento de ficharnos en la liga, jugábamos en la séptima y él era nuestro director técnico con apenas veinte y tantos años.
Era más que un simple técnico de fútbol que se ocupa de las tácticas y ganar partidos. Era un maestro de la vida. Él nos hablaba de filosofía, de cine y de literatura. También hablaba de fútbol, nos daba clases magistrales de como jugó el San Lorenzo del TOTO, o como jugaba el River de la máquina, el Racing de José o el glorioso independiente del Hugo y el Bocha campeones de casi todo.
Era época de los campeonatos nacionales de fútbol, y con mucha pasión nos hacía imaginar que nuestro pequeño club de pueblo podía llegar a jugar el campeonato nacional de A.F.A. junto a los grandes y nosotros podríamos ser parte de la partida, siempre y cuando entrenásemos correctamente y viviésemos una vida sana. Y para los que no éramos buenos futbolistas nos hacía imaginar que podríamos conocer nuestro país acompañando al club. Un día jugaríamos en Buenos Aires, otro día con Juventud Antoniana en Salta, otro con Chaco For Ever, otro con Cipoletti, con Olimpo de Bahía Blanca, con San Martín de Mendoza o Tucumán, con Belgrano de Córdoba y seguía enumerando equipos de fútbol de todo el país. Nos hacía trabajar y entrenar para un proyecto de club soñado sólo por él. Nada es imposible, tenemos la obligación de soñar, nos decía.
Ese año jugué mi primer y único partido oficial de liga, fue un clásico y ganamos dos a cero, fue grandioso. El primer partido con todos los titulares habíamos perdido uno a cero en cancha de ellos y con los suplentes y nuestro técnico ganamos en casa.
A Bachana no lo conocíamos solo por ser el técnico de las divisiones inferiores del club, sino también porque él estaba siempre en el club, o en el bar, o en el gimnasio, o en la cancha o en cualquier actividad que desarrollaba el club y además de ser el técnico de todas las inferiores era el que ostentaba el título, que bien se había ganado, de jefe de la barra brava, o simplemente jefe de la hinchada, ya que él no era un tipo violento, tal vez lo parecía en su verborragia, y menos era de incitar a la violencia.
Una tarde de domingo jugamos en casa con un club de Chabás, habíamos empatado un partido de local, que teníamos que haber ganado por goleada. El árbitro no había estado en su mejor día y nuestros muchachos tampoco. Toda la hinchada enfurecida por la frustración del empate, con nuestros segundos peores enemigos y de local, rodeaba los vestuarios con ganas de hacer justicia con mano propia. Nuestros muchachos, como siempre, se fueron aplaudidos a pesar del mal resultado. Los contrincantes se habían retirado casi todos y nuestra comisión directiva trataba de salvar al referí, que había tenido el mejor día. En ese mismo momento de furia un matón de Chabás, provocó a toda la hinchada tratándonos de amargos y muchas cosas más.
La bronca contra el mal resultado, el árbitro, el equipo, ya que estaba la policía y el equipo contrario, recayó toda contra el gordo Candombe, creo que así le dicen. Los cinco o seis milicos no podían más con esa situación, casi trescientas personas querían desquitársela con el Gordo. La comisión había logrado sacar de la cancha al referí y algunos dirigentes del otro club sanos y salvos. Pero la hinchada estaba a punto de comerse crudo al Gordo, que en lugar de callarse la boca seguía discutiendo, reja y policías de por medio, con toda la hinchada local. Cuando la situación era insostenible y parecía que iba a explotar, en ese preciso momento, apareció Bachana para calmar los ánimos. Pegó un par de gritos y pidió a la gente que lo escuche, cosa que todo el mundo hizo. Propuso un par de posibilidades, la primera era que entremos y le rompamos la cabeza a palos; otra podía ser que lo dejemos encerrado en los vestuarios toda la noche, y un par cosas por el estilo, lo cual a lo único que iba a contribuir era que el gordo agrandara su fama de matón. Le íbamos a dar chapa de valiente y tal vez lo podíamos llegar a convertirlo en un mártir, y todo eso gratis. Nosotros no podíamos permitir eso, ese ser despreciable no se merecía nada, ni siquiera una buena manga de palos. Pidió a los hinchas que lo dejen pasar, cosa que hicieron. Pidió a la cana que le abran la reja diciendo que él garantizaba la integridad física del matón de pacotilla. Costó un poco convencer a los canas, pero lo hicieron. Una vez dentro, le pidió al matón que lo acompañara sin decir una palabra, que de esa manera no le iba a pasar nada. Estando él presente la gente no le iba a hacer ningún problema. Pidió a los policías que se queden en los vestuarios, a ellos no los podría proteger.
Tomó al gordo del brazo, salió de los vestuarios pidiendo a todo el mundo que no se acerque y comenzó a caminar hacia la puerta del estadio por un estrecho pasillo humano, que le había dejado la gente. Pasó frente al bufete y juntos caminaron hacia la salida. En la puerta misma de la cancha pidió a todos que se quedaran ahí, ninguna persona salió del estadio. Nadie podía creer lo que estaba pasando, ni siquiera los canas, Bachana llevando del brazo a Gordo Camdonbe, cruzó la calle y llegaron a donde el gordo tenía estacionado su auto. En el momento en que el tipo abrió la puerta y se volteó para ver a toda la gente, Bachana lo cachetea como al niño que se había portado mal, y termina diciendo: ¡qué sea la última vez que te reís de nosotros! El matón arrancó su auto y se fue bajo la mirada vigilante de Bachana y toda la hinchada.
Juan Alberto Larrambebere