Estando en las “quintas”, precisamente por el trabajo del libro que estoy escribiendo, los vecinos me cuentan cosas, pequeños recuerdos, hechos cotidianos que quedan en la memoria y cuando los traemos a nuestra conversación nos dejan un sabor agridulce, obligándonos a sonreír, cuando en realidad nos invade una emoción que se atasca en la garganta y obliga a toser disimuladamente.
Dicen que el vasco Tecles acostumbraba “boyerear” sus vacas en las verdes y poco transitadas callecitas de las “quintas”.
Mientras ellas pastaban, él con la tenaza en sus manos trataba de arreglar los alambrados vecinos, para asegurarse de que sus animales no hicieran daño, y en estos menesteres se entretenía cantando con toda su voz estribillos, coplas de su tierra añorada, que a sus paisanos les llegaba hondo, muy hondo.
Dolor de ausencia, de lejanía, donde el mar hace casi imposible el regreso.
Su canto se vestía de copla para tapar el dolor.
- ¡No cantes más, vasco, que mi madre llora cada vez que te escucha!
El hombre lo pidió como en un suspiro.
(Recuerda Luis Roberto Giuliani-vecino)
Imaginen un paisaje del sur santafesino, todo verde, brillante de sol y el viento acercando aquella voz que más que canto era un lamento que se extendía hasta tocar las nubes.
José Tecles, nacido en Altea, provincia de Alicante (Valencia), vino a Firmat y trabajó como tambero y lechero repartidor. Décadas después, ya grande, volvió a su patria natal para morir allí.
Por Mirta Tulián
Venado Tuerto (Santa Fe)
Del libro de su autoría: “Amos de cielo y potros”